Una colorida, vistosa y atractiva ópera «Carmen» se impuso en la Medialuna de Rancagua

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Por Jose Luis Arredondo A.

Los números hablan por sí solos. Casi 15.000 personas de público en dos funciones y 170 participantes en el espectáculo, y no hablamos de un concierto de rock ni del recital de un artista de moda. Se trató de una ópera y sucedió el sábado 11 y domingo 12 de noviembre recién pasado en la Medialuna de la ciudad de Rancagua, capital de la Región de O»Higgins, al sur de Santiago. Un evento cultural que una vez más desmiente que la lírica sea una manifestación elitista y que confirma el hecho de que la cultura sí convoca grandes audiencias.

Hace tiempo ya que Rancagua se ha convertido en un importante polo cultural en regiones, con una oferta permanente de espectáculos de alto nivel en sus distintos espacios como el Teatro Regional y la Casa de la Cultura. La Medialuna Monumental no es la excepción, y como ya antes ha sido escenario de ballet, conciertos y recitales, ahora dio también cabida a la ópera.

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«Carmen», la popular ópera del francés George Bizet, estrenada en París en 1875, es un título que siempre despierta amplio interés, aun entre el público no aficionado a la lírica, que reconoce en su música melodías pegajosas que se han utilizado ampliamente en distintas instancias.

La trágica historia del oficial Don Jose, enamorado de la veleidosa gitana cigarrera Carmen, envuelta en una música de carácter muy llamativo y popular, se deja oír, ver y seguir con facilidad. Su carácter festivo, combinado de manera genial con otros dramáticos, resulta una mixtura muy atractiva. Prima en su música el carácter folclórico, pero tras esta fachada se asoma, de forma permanente, un sonido de auténtico sentido trágico, que otorga a la obra una permanente tensión que mantiene siempre nuestra atención e interés por alto.  El amor y la muerte mueven nuestra emoción de manera profunda, y aquí ambos transitan el mismo camino de principio de fin.

Esta popular ópera es muy llamativa, gracias a sus momentos en los que abundan coloridos personajes que interactúan en escena. Militares, gitanos, gente del pueblo y niños, configuran una estampa muy reconocible y a la vez exótica. Por esto su puesta en escena permite desarrollar una propuesta de gran atractivo visual, gracias a los números de baile o corales que no son pocos.

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La versión que se escenificó en la Medialuna de Rancagua sacó partido de toda la estampa hispana que la envuelve, con algunas referencias visuales al lugar de la acción (Sevilla) y sobre todo acentuando el carácter popular de la obra, pensando en que estaba destinada a ser vista por un amplio público, al que se necesita mantener atento con elementos visuales que sean el complemento ideal a una música que transita por pasajes muy alegres y enérgicos, alternados con otros trágicos o sombríos. Y en especial atendiendo a que en un recinto como éste no se cuenta con las facilidades de iluminación y movimiento escenográfico que otorga un teatro.

En este sentido la puesta en escena funcionó perfectamente y logró trasladar a la audiencia al mundo de la protagonista y a todo lo que la rodea en su trágico destino.

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En lo netamente musical se impuso la calidad de la mezzosoprano  Evelyn Ramírez, que maneja a la perfección un rol que vocal y actoralmente le queda muy cómodo, denotando, gracias a su timbre oscuro, el carácter combativo y arrogante de la gitana, una mujer movida por la pasión y el vivir intensamente cada experiencia. Carmen es esencialmente un ser animal y sexual, y Ramírez pone el acento preciso en cada escena para denotar estas características, sin descuidar otros aspectos de su personalidad avasallante, que enriquecen la psicología de la heroína bizetiana.

Don José quedó en manos del tenor Pedro Espinoza, quien luego de un primer acto un tanto inseguro cobró fuerza para configurar este soldado que cae irremisiblemente perdido de amor y pasión por Carmen. Don José es un hombre que, según avanza la acción, va transitando un camino sin retorno, devorado por una encendida y trágica locura amorosa que lo hace seguir a la gitana y su grupo de amigos bandoleros, despreciando el amor de la dulce Micaela. Pedro Espinoza sacó adelante su rol con dominio escénico y un canto apasionado e imbuido de la fuerza que le da la locura que siente por Carmen.

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Punto altísimo de la velada fue la Micaela de la soprano Andrea Aguilar, la dulce joven enamorada de Don José que lo sigue, aun a riesgo de su vida, para salvarlo de las garras de la gitana. Gracias a un timbre lírico y un canto muy expresivo, Aguilar entregó una gran Micaela. Notable en su aria del tercer acto -‘Je dis que rien ne m’epouvante’- obtuvo, con toda justicia, uno de los mas sonoros y prolongados aplausos al final de la función.

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Lo mismo vale para el torero Escamillo, a cargo del joven barítono cubano avecindado en Rancagua Eleomar Cuello. El torero es un personaje de hidalga estampa que tiene a su cargo parte de los momentos más vistosos, en lo vocal y escénico, de esta ópera. Cuello, a pesar de su juventud, posee un timbre de barítono neto -robusto, contundente, de volumen generoso y muy expresivo- que en este caso configuró un Escamillo heroico y apasionado.

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Muy bien acompañada en sus andanzas resultó Carmen, gracias a dos voces jóvenes pero ya en total poder de sus posibilidades. Me refiero a la Frasquita de la soprano Tabita Martínez y a la Mercedes de la soprano Francisca Cristópulos. Ambas se complementaron muy bien, ya que estos personajes interactúan en largos pasajes, y sus voces lograron un expresivo ensamble; Martínez, gracias a un timbre brillante y que fluye con mucha comodidad hacia los agudos, y Cristópulos con un material de mucha contundencia, ligeramente patinado y con enorme sentido dramático en la emisión.

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Completaron el elenco de solistas con solvencia y nivel el tenor Francisco Huerta como Dancairo, Brayan Avila como Remendado, Nicolás Suazo como Morales y el siempre sólido y ya experimentado Sergio Gallardo como Zúñiga.

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Puntal fundamental resultó la conducción del maestro, cubano radicado en Chile, Eduardo Díaz al frente de la Orquesta del Teatro Regional de Rancagua. Su dirección orquestal dio cuenta de toda la enérgica y exultante vitalidad de una partitura en la que tampoco faltan los momentos de intimidad y en donde la atención recae en las cuerdas y los vientos que deben configurar a cabalidad ese ambiente que hace presagiar en todo momento un desenlace fatal. Es un equilibrio que Díaz consiguió cabalmente, a pesar que un espectáculo de este tipo, con amplificación de sonido y al aire libre, complica la apreciación de muchos detalles tanto orquestales como vocales, por parte de solistas y coros.

Labor en la que no se restó el Coro Polifónico de Rancagua, dirigido por Eleomar Cuello. A pesar de que sus integrantes denotaron poca experiencia escénica en sus aspectos teatrales, salieron airoso en su cometido musical. Lo mismo el coro de niños dirigido por Camila García Urtubia.

Balance más que positivo para una obra que demandó un esfuerzo humano y técnico de gran envergadura y que constituye un ejemplo de talento regional -buena parte de los involucrados provienen de la misma Región de O’higgins- que es digno de reconocimiento.

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«Carmen» (G. Bizet), en la Medialuna de Rancagua. 11 y 12 de noviembre 2017.

Elenco: Evelyn Ramírez, Pedro Espinoza, Eleomar Cuello, Andrea Aguilar, María Pastora González (Cover Carmen), Tabita Martínez, Francisca Cristópulos, Francisco Huerta, Brayan Avila, Nicolás Suazo, Sergio Gallardo.

Regisseur: Rodrigo Navarrete.

Director Musical: Eduardo Díaz.

Producción General Opera: Shujeit Alfaro.

Coreógrafos: Jaime Pinto y Lorena Peñailillo.

Asistente Regisseur: Pablo Castillo.

Escenografía: Valentina Maldonado.

Iluminación: Ricardo Castro.

Vestuario: Valentina Maldonado y Lorena Jiménez.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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