Ballet ‘Eugenio Onegin’ en el Municipal: la tragedia del amor no correspondido

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El ballet ‘Eugenio Onegin’, con coreografía de John Cranko y música de Tchaikovsky, explora sentimientos complejos y emociones contradictorias.

 

por José Luis Arredondo

La novela ‘Eugenio Onegin’, del escritor ruso Alexander Pushkin (1799-1837) es una de las más descarnadas y lúcidas críticas a una sociedad hedonista y decadente, representada en su protagonista, un ser arrogante y pusilánime que deambula en permanente búsqueda de placer y emoción. Onegin lleva una vida vacía que no logra llenar con nada ni con nadie, y en este afán rehuye todo compromiso afectivo que implique sincera amistad, cariño o amor verdadero.

La joven Tatiana, de noble familia, es todo lo contrario; ella vive de sueños y quimeras, sumergida en románticas lecturas de novelas y poesía. Tatiana es una joven lista para enamorarse perdidamente, como una princesa de cuento.

Y el encuentro se produce. Onegin llega de casualidad a la vida de Tatiana y desde ese momento todo cambia para ambos. Será un encuentro de fatales consecuencias, en las que Pushkin hace chocar dos naturalezas y dos formas de ver el mundo de muy distinta índole.

A partir de esta novela, su compatriota Piotr Ilich Tchaikovsky (1840-1893) compuso una de sus más bellas, logradas y emocionantes óperas ‘Eugenio Onegin’, y, ya en el siglo XX,  el coreógrafo y bailarín sudafricano John Cranko (fallecido en 1973) firmó una de sus coreografías más celebradas.

Ahora este ballet llega al Municipal de Santiago con el Ballet de Santiago, que hace participar a todo su elenco de primeros bailarines estrellas y que, bajo el remontaje de Filip Barankiewicz y Birgit Deharde, entrega un trabajo de primerísima altura estética.

El Onegin de Cranko se distancia del ser flemático, melancólico y displicente que caracteriza la novela, y se acerca al personaje de la ópera de Tchaikovsky, un tipo arrogante y en muchos casos violento, que resulta avasallador y abusivo. Cranko conserva la personalidad etérea y soñadora de Tatiana y remarca muy bien el lado oscuro de la personalidad de Onegin, sin hacerlo perder la humanidad que evidencia en los momentos de quiebre, sobre todo al final.

Al igual que Tchaikovsky -ya que sigue al pie de la letra el libreto de la obra lírica- Cranko no descuida el dibujo psicológico de Olga (hermana de Tatiana), joven alegre, pragmática y vividora, y Lensky (el joven poeta vecino y amigo de Onegin), remarcando el hecho de que las parejas, cruel jugada del destino, están intercambiadas, ya que lo más lógico era que Onegin se enamorara de alguien como Olga, y Lensky de alguien como Tatiana.

Elenco de altísimo nivel artístico

Los protagonistas de esta versión del Municipal hacen plena justicia al mundo creado por Pushkin y recreado por Tchaikovsky y Cranko. Si bien el coreógrafo sudafricano eligió la música del compositor ruso, tuvo el cuidado de desmarcarse de la ópera para salir de su campo gravitacional y construir su propia obra .

En escena, el bailarín Rodrigo Guzmán es un Onegin arrogante y violento, de una displicencia que remarca a cada instante lo incómodo que se siente en la sociedad. Guzmán luce una técnica muy depurada e internalizada, que le permite construir un carácter expresivo y odioso, sin dejar de lado los momentos de desesperación al ver frustrados sus intentos de recuperar el amor de Tatiana, el mismo que al inicio de la obra despreció.

Es un notable desempeño en un rol de gran exigencia, ya que carga sobre sus hombros casi todo el peso dramático de la pieza y es el eje de la atención en todas las escenas en las que está presente. Sin duda este rol resulta consagratorio para una figura de enorme potencial como es Rodrigo Guzmán.

La Tatiana que compone Andreza Randisek aporta la nota de belleza y nobleza que exige el personaje, y dibuja una joven sensible y entregada, dulce y tierna, que termina endurecida para hacer frente el dolor que le causa un amor no correspondido.

Deslumbra la entrega de Randisek. Cada número solista y de pareja es un alarde de técnica y expresividad en los que reafirma su posición de primera bailarina estrella. Se luce en un papel que asimila en su compleja totalidad, y emociona con una Tatiana, que, frágil y femenina, sabe poner en su lugar a Onegin y aceptar la vida que el destino le depara junto a otro hombre.

A la altura del desafío está la Olga de Katherine Rodríguez. Fresca, divertida, joven y despreocupada, la hermana inquieta y risueña que no se toma nada muy en serio y va por por la vida disfrutando del lado bueno de las cosas.

Contraparte del frívolo Onegin es el poeta Lensky, aquí a cargo de Gustavo Echevarría (a pesar que en el programa de este elenco figura Lucas Alarcón en el rol). Echevarría es un Lensky joven, noble y sincero, frontal, delicado y sensible. Se trata de un papel con varios momentos solistas que el bailarín sabe entregar con limpia precisión y emoción.

Completan el cuadro de alto nivel Francisca Moya como Madame Larina (madre de Tatiana y Olga), Miroslav Pejic como el príncipe Gremin (el marido que encuentra Tatiana después de la decepción por el rechazo inicial de Onegin) y Marta Hertz como la Nodriza.

Brillante fue también la presentación del segundo elenco : José Manuel Ghiso entregó un Onegin elegante, gélido y displicente, más hierático que arrogante y siempre cortante en su actitud distanciada de quienes lo rodean.

Natalia Berrios cumplió con todas las exigencias del complejo carácter de la heroína. Apasionada, decidida y finalmente dolorida, entregada al destino y pragmática.

Muy bien el Lensky de Emmanuel Vásquez y la Olga de María Lovero, joven y alegre, resaltando una nota de delicadeza y refinamiento en el perfil de su rol.

Como se ha hecho habitual, la conducción del maestro Jose Luis Domínguez, a cargo de la Orquesta Filarmónica, resulta totalmente ajustada al estilo y necesidades la obra. Es una dirección intensa para una música que es todo Romanticismo y pasión desencadenada. La partitura, tomada principalmente de las obras «Las Estaciones» y «Caprichos de Oxana» del propio Tchaikovsky (en arreglos de Kurt-Heinz Stolze), resulta ejemplo cabal del postulado Romántico de Goethe, el «Sturm und Drang» (tormenta e impulso o empuje). Domínguez imprime la tormenta e impulso a cada escena, y consigue una atmósfera de desgarro y sufrimiento que envuelve toda la pieza. Es la base y marco perfecto para una obra que habla de pasiones y sufrimientos amorosos la mayor parte del tiempo.

Acertado es el aporte del vestuario y la escenografía a cargo de Pablo Núñez, que recrea ambientes fastuosos, elegantes y lujosos pero no recargados, y dejan grandes espacios que se vuelven muy expresivos con los protagonistas en escena. Puntal fundamental en esto es la iluminación de Jose Luis Fiorruccio, sobre todo en las escenas oníricas, cuando Tatiana se entrega en sueños a su amor imposible, y en las del palacio del príncipe Gremin.

El ballet ‘Eugenio Onegin’ de John Cranko tiene vida propia, no depende de la ópera de Tchaikovsky para su supervivencia, y a pesar de que también ocupa música del genial compositor ruso, entrega su propia lectura de este emblemático personaje de la literatura, la ópera y la danza. Bien por el Ballet de Santiago que, bajo la dirección artística de Marcia Haydée, pone en escena una obra referencial de un coreógrafo que fue maestro en el arte de contar historias dentro del mundo de la danza clásica.

Las funciones de ‘Eugenio Onegin’ para público general tienen lugar en el Municipal de Santiago, entre el 27 de septiembre y el 1 de octubre a las 19 hrs. con dos elencos, más una función privada (con un tercer elenco protagónico) el 3 de octubre.

 

 

 

 

 

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