‘Mayerling’: Luis Ortigoza se despide con excelencia y emoción

 

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por José Luis Arredondo

Pocas existencias tan extremas, agitadas y trágicas como la del Archiduque Rodolfo de Habsburgo, fallecido a los 30 años de edad (1858-1889). Hijo del emperador Francisco José y de la emperatriz Isabel de Baviera (más conocida como Sissi y que en el cine inmortalizara la actriz Romy Schneider), Rodolfo fue criado desde niño por su padre con el objetivo de convertirlo en el heredero del fastuoso Imperio Austro-Húngaro; sin embargo, tales planes se vieron frustrados pronto, ya que el joven desmostraba un total desapego a los asuntos de estado y un gran interés en el arte, las mujeres y el alcohol.

Rodolfo simpatizaba con los movimientos independentistas húngaros, detestaba el militarismo y entre sus amistades abundaban librepensadores, revolucionarios, periodistas e intelectuales antimonárquicos de la época. Así las cosas la relación con su padre se tornó muy tensa, distante e inestable.

Aunque casado en 1881, por conveniencia política, con Stephanie, hija del rey Leopoldo de Bélgica, Rodolfo no desistió de su agitada vida social y amorosa. Esto le hizo ganarse la enemistad de muchos adherentes al imperio y lo situó en una delicada posición respecto a los intereses políticos de la corona. El hecho es que, luego de una corta y agitada existencia, el cuerpo sin vida del joven fue hallado el 30 de enero de 1889 en su habitación en el coto de caza de Mayerling, junto al cadáver de su última amante, la joven aristócrata húngara de 17 años María Vetsera. Una muerte (dos en realidad), que hasta hoy se mantienen rodeadas de un halo de misterio: Suicidio pactado? Asesinato y suicidio? Crimen político? Ni el tiempo ni los historiadores han logrado dar una respuesta contundente, creíble y definitiva.

Una vida novelesca como la del Archiduque era material en bandeja de plata para la creación artística. Una existencia agitada y una muerte trágica y extrema permiten a los creadores pintar un brutal reflejo de la condición humana cuando esta es presa de una elevada posición social y está sujeta a pasiones desatadas. Así, el destacado coreógrafo irlandés Sir Kenneth McMillan (1929-1992) se sintió atraido por la histórica tragedia tras leer «The eagles die: Franz Joseph, Elizabeth and their Austria» de Roger Marek (1974), y se propuso llevarla a escena en el que sería uno de sus más reconocidos ballets, «Mayerling».

McMillan condensó magistralmente la historia de Rodolfo, sirviéndose de fragmentos de diversas obras del compositor Franz Liszt con arreglos y orquestación de John Lanchbery y libreto de Gillian Freeman. La obra presenta un enorme desfile de personajes que rodean la figura del protagonista y que, tanto si son sus aliados o víctimas, asisten a su inexorable caída fruto de los excesos de todo tipo, desde el momento de su pactado matrimonio con Stephanie hasta su muerte junto a María Vetsera.

En tres actos y casi tres horas de espectáculo, el coreógrafo irlandés nos lleva por los palaciegos y aristocráticos ambientes que rodearon la vida del Archiduque heredero, para dar cuenta de una vida en apariencia disipada, hedonista y entregada a mundanos placeres, pero que oculta una existencia atormentada y llena de conflictos de todo tipo; una vida intensa y corta que sólo encuentra pausa y descanso en una trágica y temprana muerte.

Obra escénica de gran aliento y constantes dificultades, producida siempre bajo el estricto control de quienes trabajaron con McMillan, ‘Mayerling’ señala un gran inicio de temporada 2016 para el Ballet de Santiago del Teatro Municipal. Cada función es un jornada triunfal, en la que tanto los solistas como el cuerpo de baile salen airosos de una prueba de marca mayor en el mundo de la danza clásica.

‘Mayerling’ no es un ballet clásico más. Exige una depurada técnica para cumplir con todas las exigencias de la coreografía y, al mismo tiempo y sobretodo, exige un enorme nivel interpretativo a los solistas, que deben construir personajes y caracteres que están lejos de los prototipos que abundan en este tipo de obras. McMillan ahonda en profundidad en la psicología de los protagonistas, exponiendo las pasiones con brutal claridad y sin medias tintas. La decadencia de Rodolfo aparece ligada principalmente a sus experiencias sexuales y el alcohol, y está presente desde el inicio. En este aspecto la presente versión es notable y la labor de conjunto luce homogénea y entregada a todo el abanico de estados anímicos y emocionales por los que atraviesan los personajes.

El Rodolfo que compone Luis Ortigoza es trágico y atormentado. Está permanentemente insatisfecho y siempre en busca de escape de una vida palaciega que lo encierra y ahoga, entregado a los placeres como únicas salidas a esa vida que no eligió y que debe igualmente asumir. Ortigoza suma a su depurada técnica un alto grado de expresividad actoral y logra configurar en toda su rica dimensión dramática el personaje. Notable y destacable es su resistencia para abordar este rol que implica un enorme esfuerzo escénico y que sólo un bailarín de marca mayor está en condiciones de asumir.

Sin duda esta es una gran despedida de los escenarios para él, luego de una larga y exitosa carrera al mas alto nivel artístico. Ortigoza se retira en pleno poder de sus facultades técnicas asumiendo un desafío a su nivel de gran figura y sale más que airoso.

Completa este magnífico cuadro un elenco de primeras figuras que se ponen a la par en la excelencia del protagonista. Despliegan gran labor escénica y notable desempeño en cada cuadro (de enorme dificultad muchos por su exigencia interpretativa) Natalia Berríos, Katherine Rodriguez, Montserrat López, Cyril de Marval, Romina Contreras, Maite Ramirez, Francisca Moya, Esdras Hernandez, Marta Hertz, María Dolores Salazar, Jose Manuel Ghiso, Lucas Alarcón, Agustín Cañulef, Sebastian Vinet, Germán Esquivel y en el rol de una cantante amiga del emperador Francisco José, la reconocida mezzo Evelyn Ramírez. El espectáculo posee un fastuoso vestuario y escenografía a cargo de Pablo Nuñez y un muy expresivo diseño lumínico de Jose Luis Fiorrucio.

‘Mayerling’ es un título que se desmarca del «tipico» ballet romántico y que ahonda en una tragedia de la vida real que marcó la historia politica y social de su tiempo. Ponerlo en escena es una prueba de fuego para toda compañia de baile, y el Ballet de Santiago, dirigido por Marcia Haydée, saca adelante este propósito con un nivel de excelencia a nivel continental.

 

 

 

 

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