
Por José Luis Arredondo.
De alguna forma, todos llevamos entre nuestros recuerdos de infancia el cuento «Cenicienta o el zapatito de cristal», escrito en 1697 por Charles Perrault. Ya sea como narración o como película, tenemos en nuestra mente todas las fantásticas imágenes de la chica abusada por su madrastra y hermanastras, transformada en sirvienta de su propia familia ante la mirada impávida de su pusilánime padre, hasta que, ayudada, por seres mágicos logra llegar al palacio donde el príncipe la rescatará de su miseria y sufrimiento.
Como suele suceder con los cuentos infantiles, se trata de un obra de variadas lecturas e interpretaciones, a la que los artistas han dado diversas formas a través de los siglos, ya sea como pintura, cine, teatro y por cierto, danza. En este ocasión, «La Cenicienta» llega hasta nosotros con la partitura musical del ruso Sergei Prokofiev (1891-1953), y coreografía de Marcia Haydée, directora del Ballet de Santiago.
Es una versión que apuesta por el lujo y la exquisitez en su puesta en escena, y que apoyada en un fastuoso diseño de vestuario de Pablo Núñez, potenciado por una cuidada iluminación de Ricardo Castro para cada cuadro, cautiva por su estética preciosista y delicada coreografía.
La dinámica coreografía de Marcia Haydée se complementa bien con la música, a pesar de que la partitura del ruso es rica es tonos oscuros y se aleja, en su sonoridad, de muchos de los colores lo que nos pueda remitir a un mundo de ensoñación o cuento de hadas.
Prokofiev diseñó una partitura que se mueve entre claroscuros, por momentos inquietante, de una tonalidad que saca la historia de cualquier consideración romántica y la lleva por terrenos alejados de una fantasía infantil. Aquí el mundo de Cenicienta evidencia el abuso de que es objeto, con una percusión y unos vientos que de pronto sacuden y estremecen (incluso en el mágico mundo al que la lleva el hada del destino para prepararla al baile que cambiará su destino). La obra del compositor ruso es una «hija de su tiempo», compuesta en los oscuros días de la Segunda Guerra Mundial, en la Rusia acosada por el nazismo desde fuera y el stalinismo desde dentro. Aquí notablemente dirigida por Pedro-Pablo Prudencio a cargo de la Filarmónica de Santiago.
La labor del Ballet de Santiago está a la altura de lo que ya le conocemos. Los solistas y el cuerpo de baile llevan al público por el mundo recreado por su directora artística, con gran sentido plástico y virtuosismo.
Natalia Berríos compone una Cenicienta delicada e introvertida, una chica tímida que se sabe en desventaja ante su madrastra y hermanastras, desvalida ante el mundo y su pusilánime padre. Berríos la construye con finura y fragilidad, los movimientos develan con claridad su naturaleza emotiva y transita con seguridad por las dificultades técnicas hasta desembocar en las escenas con el príncipe, momento en el que el personaje puede desplegarse en toda su riqueza expresiva.
El Príncipe que interpreta Rodrigo Guzmán tiene prestancia y garbo. Luce heroico pero no arrogante; es gentil y delicadamente varonil. Es un excelente complemento al carácter de Cenicienta.
El Hada del Destino brilla en manos de Romina Contreras, en una performance muy dinámica, etérea y expresiva. Es un hada marcadamente juguetona y juvenil, que sin embargo no pierde elegancia ni sutileza. Punto altísimo de la velada que el público premia con prolongado aplauso.
Andreza Randisek capta las miradas como una madrastra cómicamente malévola y abusadora, siempre frenética e intentando ser el constante centro de la atención. Randizek dota a su personaje de un virtuoso histrionismo y marcada viveza.
Montserrat López y Maria Lovero, como las hermanastras de Cenicienta, son dos chicas consentidas y de infantil perversidad. Ambas bailarinas las encarnan acertadamente desde el estereotipo y la comicidad. Se sitúan, como carácter, en el extremo opuesto de Cenicienta y resultan una versión adolescente de su madre. Muy buena labor de López y Lóvero en un trabajo de marcado carácter teatral.
Completaron el cuadro de excelencia Miroslav Pejic (El Padre), Hernán y Cristopher Montenegro (Asistentes del Hada del Destino), Lucas Alarcón y Emmanuel Vázquez (Amigos del Príncipe), Esdras Hernández (Elfo principal), Agustín Cañulef (Márques de La Grotte), Cyril de Marval (Rey), y el cuerpo de baile que conforman tanto los cortesanos como los seres fantásticos que habitan el mundo del Hada del Destino.
Es una Cenicienta que si bien en lo coreográfico no responde en su total naturaleza a la sonoridad sugerida por la música de Prokofiev, responde bien a la fantasía del cuento de Perrault, y configura un imaginario que nos remite al universo fantástico del relato. Un título que por la calidad y belleza de la propuesta ya está entre lo más destacado de este año en cuanto a danza clásica.
«La Cenicienta» (Prokofiev-Haydée) en el Municipal de Santiago. Del 10 al 16 de octubre de 2018.
Habrá nuevas funciones entre el 8 y 10 de enero 2019.
Este comentario fue escrito a partir de la primera función con el primer elenco.
Fotos de Edison Araya.
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