
por José Luis Arredondo.
El ambiente era de fiesta el pasado sábado 28 de julio en el Teatro Municipal de Chillán, recinto que celebró su segundo aniversario con una Gala Lírica que hizo vibrar a la audiencia con una excelente selección de conocidas arias, dúos y números corales de ópera, además de canciones populares que el público acogió con emoción y también acompañó con voz y palmas cuando así lo pidieron los cantantes.
Ya antes de ingresar a la sala el ambiente estaba preparado. Luces de colores se proyectaban sobre la fachada del teatro y se movían al ritmo de la música (arias de ópera) que sonaba amplificada; era el apronte a la velada lírica que se desarrollaría al interior. Una buena forma de crear la atmósfera necesaria para apreciar y disfrutar un espectáculo de esta naturaleza.
En el interior, y mientras se iba llenando la amplia sala en sus tres niveles, pude apreciar lo bien diseñada que está: en el Teatro Municipal de Chillán prima la madera, lo que favorece una buena acústica, y desde cualquier ubicación se aprecia el escenario en su totalidad.
El espectáculo en sí estuvo diseñado para entregar a la audiencia una selección musical que llenara variados gustos y sirviera para conocer o disfrutar de un abanico musical de autores referenciales en la historia de la ópera como Rossini, Verdi, Puccini, Bizet y Massenet.
Dio el puntapié inicial el barítono argentino Juan Font con un «Largo al factótum», de «El Barbero de Sevilla» de Rossini, que se notó que no se halla dentro del repertorio que más se acomoda a su canto. Lo sacó adelante con algún esfuerzo en la agilidad y sobre todo apoyándose en su evidente carisma escénico.
Luego vino el tenor chileno Patricio Saxton, quien acometió de forma apasionada el lacerante desgarro de «Porquoi me révellier» del «Werther» de Massenet. Fue una entrega muy expresiva apoyada en agudos brillantes, bien sostenidos y generoso volumen, para configurar a este emblemático joven soñador, emblema total del espíritu romántico.
Le siguió la presentación del nuevo Coro Ópera Ñuble-Ramón Vinay, muy buena agrupación local que con su nombre rinde homenaje al mítico tenor nacido en Chillán, uno de los más grandes Otellos verdianos de la historia y hasta hoy nuestra más relevante figura lírica internacional. La elección recayó en el célebre «Vedi le fosse notturne» de «El Trovador» (Verdi). El coro mostró buen ensamble vocal y una presencia escénica que no descuidó la intrínseca naturaleza teatral de la ópera.
Retirado de escena el Coro llegó el turno de la soprano argentina Daniela Tabernig, quien debutaba en nuestro país con esta gala. Su entrada fue con una aria de esas que «no perdonan», la dramática oración de «Tosca», de Puccini, llamada «Vissi d’arte».
No había escuchado yo antes a Daniela Tabernig. Es una soprano lírico spinto de fuste, con un nítido sentido dramático en el fraseo y un material vocal sólido, firme, y de gran textura y contundencia, amén un amplio registro. Nos deslumbró con un gran volumen, agudos brillantes y pianissimos muy bien trabajados. Fue un aria de Tosca impecable en lo musical y escénico, que me dio la oportunidad de aquilatar que tiene un manejo total del estilo Pucciniano y un excelente instinto teatral.
«Il ballen del suo sorriso», de «El Trovador», de Verdi, fue el momento para que Juan Font desplegara todo su potencial dramático como el Conde de Luna, el antihéroe de la popular ópera que tiene su rival en el Trovador Manrico, contendor en los amores de la trágica Leonora. Font es aguerrido y muy expresivo en escena, se mueve con sentido dramático y maneja bien cierta viril arrogancia que para este Conde le viene como anillo al dedo.
El programa continuó con gran fluidez por piezas que el público reconoció y acompañó con un concentrado silencio. El coro chillanejo acometió el emotivo «Va pensiero», de «Nabucco», desgarrado clamor de los esclavos judíos que evocan la libertad encarnada en su lejana tierra. Y a continuación llegó el idílico final del primer acto de «La Bohème», de Puccini. Un momento en el que Saxton se desplegó a plenitud en la exultante «Che gélida manina» y Tabernig nos regaló una vibrante «Mi chiamano Mimi» para juntos desembocar en uno de los dúos mas bellos y emocionantes que se hayan compuesto, «O soave fanciulla», verdadera declaración de amor mutuo, cargada de romanticismo y una delicada nota de erotismo, que la química de ambos intérpretes ayudó como canal expresivo.
Aunque en rigor no hubo intermedio, este dúo marcó la mitad del espectáculo.

La atmósfera que dejó «La Boheme» fue el piso para que Font junto al Coro jugaran con toda la vibrante escena del torero Escamillo de «Carmen», de Bizet y su popular «Votre toast je veux le rendre», pieza en la que el matador se despliega muy ufano.
Momento de profundo lirismo vino enseguida con la «Canción de la luna», de la óepra «Rusalka», de Dvorak, emocionante ruego de la sirena que pide a la luna le diga dónde está su humano amor, al que ella ahora no puede seguir porque no puede abandonar el agua. En esta pasaje, Daniela Tabernig desplegó su veta más lírica, en un impecable fraseo que le dio el peso exacto a cada frase en este ruego. Esta fue un aria cargada de emoción que la audiencia siguió con total silencio y que coronó con cerrado aplauso.
Muy buen detalle fue el que todo el repertorio estuviera acompañado de sobretítulos; es un recurso necesario para que el público siga la letra de cada aria y dúo y así disfrute a cabalidad de lo que se está cantando. Sin duda los sobretítulos involucram más a las audiencias y las hacen más partícipe del espectáculo.
Ya con el público cautivo y la calidad de los intérpretes más que comprobada, llegó el momento de romanzas de zarzuelas que son tanto del gusto de muchos aficionados a la lírica tanto como del público que sin ser operático goza del repertorio. «No puede ser» (de «La Tabernera del Puerto», de Sorázabal) fue el vehículo preciso para el lucimiento de los brillantes agudos de Saxton, y «Carcelaras» (de «Las hijas de Zebedeo», de Chapi -) fascinó con una sensual Tabernig, total dueña del estilo.
«El día que me quieras», la inmortal creación de Gardel y Le Pera, sorprendió con un Juan Font totalmente imbuido del estilo tanguero, lo que no es habitual en un cantante lírico (que suelen llevan el tango a la lírica cuando en rigor son ellos los que deben ir hacia el tango). Font desplegó en este tango canción como un verdadero cultor del inmortal ritmo rioplatense y capturó por completo la atención del público. Me recordó, por fraseo y volumen, la desaparecido Jorge Falcón, una de las voces mas grandes que tuvo el tango en la segunda mitad del siglo XX. La performance del barítono argentino, aquí y en su posterior y notable interpretación de «Uno», el clásico del gran Mariano Mores, fueron dos de los puntos más altos de su entrega y de la velada en general.
También lo fue la popular canción «Júrame», de la mexicana María Grever, y que Saxton entregó con garra y pasión. Recibió una merecida ovación de la audiencia.
El idioma alemán se escuchó gracias a «La viuda alegre», de Lehar, y su romántico dúo «Lippen Schweigen», a cargo de Tabernig y Font. Ambos pusieron la nota elegante y de refinada y coqueta elegancia que distingue a ese dúo.
En una gala de estas características, no podía estar ausente «Nessun dorma», de la ópera «Turandot», de Puccini), aria vibrante y exigente que es toda una prueba de fuego para los tenores, que deben estar muy seguros de poseer la suficiente técnica y capacidad para encararla y para dar el famoso agudo del Si natural. Patricio Saxton se lució en esta parte, y -acompañado por las voces femeninas del Coro- interpretó con todo el empuje y sentido heróico del personaje, el triunfante príncipe Calaf.
Cerró la velada el brillante sol de Nápoles (O sole mío), a cargo de los tres intérpretes y que el público acompañó entusiasta, tarareando a pedido de los cantantes. La audiencia, ya a esa altura, estaba emocionada con la calidad de la velada, y premió todo con un largo y sostenido aplauso de pie. La gala cerró con el Brindis de «La Traviata», de Verdi.
Parte relevante en el logro de este espectáculo fue el trabajo de la directora de escena argentina Marina Mora, quién procuró dar un ágil sentido teatral a cada intervención, evitando que la velada se remitiera, en lo escénico, solo a un «entrar-cantar-salir» de los artistas. Mora le imprimió a cada número un acertado juego escénico, que no pecó de timidez ni quiso sobresalir por cuenta propia y que sirvió para dejar en claro que tiene buen sentido de lo que es el manejo de una puesta en escena lírica.
Desde el piano, el maestro chileno Juan Luis Edwards enmarcó la gala con seguridad y experiencia. Edwards demostró musicalidad y conocimiento absoluto del repertorio, muy variado en estilos, y fue un muy solvente acompañante para que los cantantes se desplegaran con firmeza y confianza en este cada vez más importante escenario nacional.
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