Con una triunfal «Aida» sella su temporada lírica el Municipal de Santiago

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Por José Luis Arredondo A. //

A teatro lleno, y con un público que ya en el intermedio ovacionó a los cantantes, orquesta y puesta en escena, el Municipal de Santiago dió inicio al último título de su temporada lírica 2017.

Aplausos que el sábado 4 de noviembre recién pasado, premiaron la primera función con elenco internacional que dió vida a la popular ópera de Giuseppe Verdi (1813 – 1901), estrenada originalmente en la Opera de El Cairo, en Egipto, hacia 1871. Título que ha contado desde siempre con el favor de las audiencias gracias a su romántica y trágica historia de amor, envuelta en una partitura que combina a la perfección momentos de gran espectacularidad musical y teatral con otros de honda intimidad y tragedia.

La historia de la princesa etíope Aida, esclava de la familia real egipcia, enamorada del guerrero Radamés y que despierta los mortales celos de Amneris, la hija del faraón, llegó en esta oportunidad bajo la regie del afamado director argentino Hugo de Ana, en una producción conjunta con el Teatro Real de Madrid.

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La puesta en escena del trasandino destaca por su belleza formal y depurada teatralidad, todas las referencias al periodo faraónico están resueltas con un sentido de minimalismo y economía de elementos corpóreos, apoyándose básicamente en la proyección de figuras de la mitología egipcia al modo de bajorelieves, que por efecto de reflejos espejados, se multiplican en escena, otorgando el marco histórico que sitúa la acción. Si bien el uso de espejos es un recurso habitual en algunas puestas de de Ana, no es menos cierto que en este caso persigue y logra el efecto deseado, el cual sería a mi parecer enmarcar la acción en la época, prescindiendo de las habituales escenografías que dan pesadez visual a una ópera cuya acción ya de por sí se ve suficientemente poblada por numerosos personajes y abundante coro.

La luz cobra aquí un elemento de primordial importancia; tonos ambar, ocre, celeste, azul, rojo y amarillo juegan y resaltan los distintos ambientes para reflejar cada momento de la acción y otorgan el resalte necesario a un vestuario que se condice muy bien con el carácter de gran espectáculo que caracteriza esta obra Verdiana. Una puesta en escena limpia, moderna y consistente, dentro de la cual todo el elenco se mueve con fluidez y expresividad en una, en general, excelente preformance, tanto en lo musical como en lo teatral.

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Puntal fundamental de los altos logros de esta versión resulta también la dirección del maestro Francisco Rettig; obra de absoluta madurez compositiva Verdiana, implica llevar a la orquesta desde momentos de arrebatada y monumental exaltación hasta otros de honda intimidad y lirismo, si bien la música mantiene las arias, duos y concertados tradicionales, ya se percibe claramente en su desarrollo, la tendencia a una melodía continua, ininterrumpida, claramente influenciada por Wagner y que Verdi lleva a cabo más propiamente ya en su «Otello». Esto queda plenamente reflejado en la dirección de Rettig, que sin descuidar los aspectos netamente orquestales, también resalta con su lectura toda la riqueza musical para las voces que Verdi supo construir.

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En lo referente al elenco, la Aida de la soprano Cellia Costea llena totalmente el perfil que uno espera de este emblemático rol. Costea se desenvuelve con comodidad y credibilidad en escena, y su voz cumple con todos los requerimientos de un papel que exige agudos bien puestos y brillantes, una zona media segura, firme y de gran capacidad expresiva y buenos graves, junto a un volumen más bien generoso. La soprano cumple a cabalidad con los requisitos y se empina como una de las mejores Aidas de las últimas temporadas en esta sala capitalina.

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El Tenor Alfred Kim, un habitual ya del Municipal, resulta un Radamés aguerrido y heroico, como debe ser. Kim no posse una gran musicalidad, pero maneja muy bien un rol más bien esquemático y menos complejo, en lo psicológico, que Aida o Amneris, dándole al papel la credibilidad necesaria y sorteando muy bien todas las dificultades vocales que plantea la partitura, para configurar su carácter de héroe romántico, enérgico e impulsivo.

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Muy bien la Amneris de la mezzosoprano Marina Prudenskaya. Oscura, celosa, arrogante, fiera y en el fondo trágica y doliente al no poder competir en buena lid con su esclava Aida por el amor de Radamés. Dejando de lado algunos problemas de volumen, que en varios momentos hizo que su voz fuera velada por la orquesta, la mezzo logra dar vida a un papel de enorme exigencia dramática y vocal, que sitúa su complejidad psicológica a la par de la esclava etíope y que precisa de una cantante con carácter y energía para darle vida y credibilidad. Amneris es un papel de concentrada intensidad, cuyo desborde deber ser intenso y apretadamente enérgico; Prudenskaya lo saca adelante con solvencia y conforma un sólido pilar protagónico junto a Aida y Radamés.

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Amonasro, Rey de Etiopía y padre de Aida, es un ser «asalvajado», ha caído prisionero del ejercito comandado por Radamés y lo inflama un deseo de venganza, para lo cual no duda en utilizar a su hija. El barítono Vitaliy Bilyy entra de lleno en ese carácter, que se contrapone a la delicadeza de Aida y el refinado heroísmo de Radamés. Bilyy se desenvuelve con soltura en escena y su material vocal refleja la oscuridad y fiereza salvaje del monarca etíope.

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Mismo caso del sacerdote Ramfis, a cargo del bajo Im Sung-Sim, un «animal político» mas que espiritual, el poder detrás del trono y un manipulador que no trepida en decretar la muerte de Radamés, una vez que éste confiesa su involuntaria «traición», al confesar a Aida un secreto militar que será clave en el triunfo del enemigo y que astutamente ha escuchado Amonasro. El desempeño de Sung-Sim se enmarca dentro de lo mejor de esta propuesta, por la contenida fuerza y energía que imprime al papel, sin duda uno de los puntos altos de la velada.

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La figura del Rey de Egipto tiene ribetes míticos, de Ana la sitúa en lo escénico alejada del «mundo real» y lo inserta casi como parte de la imaginería egipcia que configura la escenografía, un acierto que el bajo-barítono Pavel Chervinsky llena con una postura hierática y una voz que pareciera emerger del más allá. Un timbre oscuro y contundente que refuerza la dimensión supra terrenal del Rey.

No se quedó atrás el Mensajero del joven tenor Rony Ancavil, personaje de acotada intervención pero del cual Ancavil saca gran partido, en una performance breve, intensa y locuaz, unos pocos minutos que el tenor llena con mucha entrega y energía, confirmando una máxima teatral que dice «no hay papeles pequeños, hay artistas pequeños».

Completó el elenco la Sacerdotisa de la soprano Paola Rodríguez, asumiendo con solvencia el mismo rol que ya le vimos en la temporada 2011.

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Como siempre, el Coro bajo la dirección de Jorge Klastornick da muestras de excelencia, en esta ópera en particular su intervención es clave para resaltar la espectacularidad de la música, que tiene su cénit en la Marcha Triunfal, y a la par de vital importancia para sostener los momentos más íntimos como las oraciones al dios Ptah, deidad que se invoca para obtener la victoria egipcia y sella el trágico y sobrecogedor momento de la muerte de los amantes.

Con «Aida» el Municipal sella una temporada de mucha calidad, que en general y a pesar de algunos tropiezos arroja para mi un saldo muy positivo.

«Aida». Opera en cuatro actos con libreto de Antonia Ghislanzoni y música de Giuseppe Verdi, basada en le argumento esbozado por el egiptólogo Auguste Mariette Bey. Estrenada el 24 de diciembre de 1871 en la Opera de El Cairo, Egipto.

Dirección orquestal de Francisco Rettig (elenco internacional). Regie, escenografía, vestuario e iluminación de Hugo de Ana. Coreografía de Leda Lojodoce.

Funciones con elenco internacional y estelar: 4, 8, 9, 10, 11, 13, 14 y 15 de noviembre en el Municipal de Santiago.

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