«Odiar lo que sea ama»: Teatro del amor, la juventud y otros fantasmas.

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Por José Luis Arredondo A.

Julio es un sacerdote católico ya un tanto mayor, acude a un llamado familiar para asistir a una enferma, su prima Isabel, en el que posiblemente es su lecho de muerte, en la vieja casona donde ambos jugaron de niños y tuvieron un acercamiento amoroso de adolescentes. Un amor que el joven Julio no dejó prosperar ya que estaba por ingresar al seminario y la rigidez de su familia no habría aceptado una renuncia a su vocación religiosa. Isabel cumple ya décadas en estado de coma después de caer por una ventana de esa misma casa donde hoy acude el religioso.

Julio ha vivido toda su vida con la duda de que la caída de su prima haya sido accidental o provocada por su rechazo amoroso, esa duda lo ha consumido y envejecido prematuramente. Acude a su encuentro una joven veinteañera que habita la casona y en la conversación, que se suscita entre ambos, se va colando junto al presente, el pasado de Julio e Isabel, como una vieja película en la que el argumento entrega de forma fragmentada datos con los que cada uno de nosotros, como espectadores, construimos la historia familiar de la moribunda y su primo sacerdote.

«Odiar lo que se ama», del dramaturgo argentino José Ignacio Serralunga, es un viaje a la mente y el espíritu de un ser humano (Julio), que ha cargado por más de cuarenta años, dudas y conflictos sobre la culpa, eventual, que puede tener en el estado de su prima Isabel. El religioso carga sobre sus espaldas una enorme pesadumbre por esta situación, y la conversación con la joven que ha salido a su encuentro resucita esa angustia que lo aqueja por décadas y que su religiosidad no ha sido capaz de disipar.

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La pieza de Serralunga posee un inequívoco tinte Bergmaniano, como en parte de la obra del cineasta sueco, en «Odiar lo que se ama» el espacio – tiempo de este encuentro parece suspenderse a poco andar de la trama, y la figura de la joven que entabla conversación con el religioso toma un cariz que bien podría ser de irrealidad. A medida que transcurre la obra crece la tensión entre ambos y lo que partió como una conversación sobre tópicos triviales se va moldeando como un ajuste de cuentas con el pasado, como un tenso repaso a los hechos que derivaron en el coma de Isabel y la pesadumbre de Julio. El dramaturgo se ahorra datos concretos sobre lo sucedido antes del «accidente» y es uno el que arma, de acuerdo a lo que escucha por boca de los personajes, la realidad de lo que aconteció con los personajes y las circunstancias que los hicieron derivar en su actual situación.

«Odiar lo que se ama» es una gran introspección mental y espiritual, una pieza que juega con pasado y presente en un mismo plano, un plano que bien puede ser la mente del sacerdote o también la constatación de que un espíritu o un alma se puede manifestar ante nosotros de manera corpórea, clara y precisa. En ese sentido es una obra que apunta a la parte metafísica de nuestra existencia, el ser humano ha creado los conceptos de tiempo y de espacio para orientarse, pero puede ser que todo, pasado, presente y futuro sea un gran e indivisible total en la fuente de la memoria y el alma humana.

La acción, que transcurre en un espacio único de la casona y juega con estos dos planos temporales (pasado y presente), es muy bien llevada y equilibrada por ambos personajes (La joven – Isabel – y Julio), mediante un dialogo que fluye con mucha agilidad y tensión dramática hacia un final cargado de dramatismo y de tinte muy lírico y poético.

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«Odiar lo que se ama» es una obra que descansa en su totalidad en la labor de los intérpretes, es la actuación y su credibilidad la que mantiene la tensión y la justa progresión de la pieza. En este sentido la labor de Pablo Jeréz como el sacerdote y Alejandra Araya es de excelencia. Araya entrega una Isabel muy sensible y expresiva, llena de matices y con un ajustado nivel de emoción, su trabajo en escena luce preciso y limpio, evidencia una buena fuente de recursos actorales y a pesar de su juventud denota experiencia y seguridad en escena. Jerez encarna de gran forma a un Julio gastado y envejecido por la duda, la culpa y el remordimiento, expresa la angustia y el desampararo de su personaje con fuerza y claridad, misma cosa en los momentos en que retrotrae al pasado y se ilumina y energiza con los recuerdos de la infancia y juventud junto a su prima.

La dirección escénica de José Andrés Peña da con el tono exacto que necesita una obra de este tipo, con un muy buen manejo de la acción, el ritmo y la progresión dramática y una acertada dirección de actores, permitiendo que los diálogos, base y columna de la obra, fluyan con la claridad y precisión necesarias.

«Odiar lo que se ama» es una obra de texto, una pieza de contenido dramatismo y emoción que nos adentra en un conflicto profundamente humano y que llega hasta nosotros en una versión que hace total justicia a una pieza de sensible, refinada y espiritual belleza.

«Odiar lo que se ama», de José Ignacio Serralunga. Dirección de José Andrés Peña. Con Pablo Jerez y Alejandra Araya. Música de Juan Carlos Valenzuela. Producción de Beti Maggi.

Dónde: Teatro de la Aurora (Av. Italia 1133. Providencia).

Cuándo: Abril. Viernes y sábado a las 21 hrs. y domingos a las 20 hrs.

Info sobre preventa y reservas en el teléfono +56 9 9 742 78 38.

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