
Por José Luis Arredondo A.
El compositor italiano Giacomo Puccini (1858 – 1924), confiesa que cuando leyó el relato en el que basó su ópera «La Bohème» (estrenada en 1896) se sintió impactado «como por un rayo»; y fue ese mismo impacto el que supo trasladar a la música, ya que esta gran obra musical en cuatro actos es una de sus más inspiradas y logradas partituras.
Estrenada en 1896 en Turín, «La Bohème» es un golpe a corazón, un caudal emocional del que no es posible abstraerse, una creación lírica en que el sentimiento de la amistad y el amor encuentran un cauce genial para expresarse a través de una música que es todo arrebato, dulzura, sentimiento y belleza melódica.
A ciento veinte años de su estreno, «La Boheme» conserva intacta su capacidad de emocionarnos y conmovernos profundamente, gracias a una música en la que una alegre, y también trágica belleza, es el centro, eje y base de toda la construcción sonora y dramática.
El poeta Rodolfo, el pintor Marcello, el filósofo Colline y el músico Schaunard alquilan una buhardilla en el barrio latino de París, y sortean la pobreza como pueden para no renunciar a sus sueños y vocaciones. En el mismo edificio vive la joven Mimí (costurera y florista), que por casualidad conoce una noche de navidad a Rodolfo. El flechazo es inmediato y este amor actúa como eje de la ópera. Lamentablemente Mimí está enferma de gravedad y su lento e inexorable declive, junto a su amado, es el sutil motor de la acción e inspira la historia hacia su triste final.
Como contraste, Puccini suma el arrebatado, agitado e intermitente amor que viven Marcello y Musetta, ésta última, alegre y vividora que ilumina las noches del café Momus, lugar donde se dan cita, cuando pueden, los jóvenes amigos.
La actual versión estrenada por el Teatro Municipal de Santiago exhibe notables logros musicales y desaciertos en la puesta en escena.
La versión con Elenco Internacional logra una interpretación de alta calidad. El tenor venezolano Aquiles Machado saca adelante de muy buena forma su Rodolfo; imprime a su poeta emoción y arrebato, y está bien en su aspecto de amante celoso y atormentado. Rodolfo es un rol de enorme exigencia vocal y dramática, ya que el poeta vive su amor de forma sufrida y doliente. Machado no escatima esfuerzos en llenar el papel y aunque por momentos luce un tanto exigido, llena cada escena con un timbre brillante y heroico, se mueve con soltura, y expresa con claridad y convicción cada sentimiento en este papel que además requiere resistencia y saber dosificar las energías.
La Mimí de la soprano Japonesa Eri Nakamura convence y emociona. Ella se adueña desde el primer minuto del rol y lo sirve de forma clara y precisa, se pasea con comodidad por la extensión vocal del papel y su voz llena la sala con buen volumen y mucha seguridad en los agudos y la zona media y baja. Su dibujo interpretativo del sufrido personaje alcanza la plenitud en las escenas íntimas, si bien por momentos se echa de menos una entrega más sanguínea. En ese sentido, acaso le falta desborde pasional a esta referencial heroína pucciniana de marcado acento trágico.
Excelente es el Marcello que compone el barítono italiano Vittorio Prato. Su pintor es heroico y exultante, y llena sus escenas con un sobrado caudal y volumen, aunque teatralmente le falta soltura. Prato entra muy bien en el lado romántico de la obra, imprime pasión, fuerza y emoción a un papel que ha sido encarnado por grandes barítonos y que exige un intérprete de primer orden.
Punto altísimo de esta ‘Bohème’ es la Musetta de la soprano chilena, radicada en Alemania, Catalina Bertucci, luce segura, bella y empoderada del rol, con una técnica pulida que brinda un sonido seguro, claro, potente y expresivo. Bertucci configura una mujer coqueta, erótica, sensual y muy dueña de sí misma y sus sentimientos. Es la mujer fuerte de la obra y esto lo hace notar desde su teatral entrada durante el segundo acto. La soprano sabe también humanizar el rol al imprimir alto grado de compromiso emocional con la tragedia de Mimí en el cuarto acto, dejando en claro que Musetta no sólo es una mujer que ríe, seduce y pelea, sino que también comparte profundamente el drama de los bohemios.
Completan el cuadro de amigos el bajo ruso Oleg Budararatskiy como Colline y el barítono moldavo Andrey Zhilikhovsky como Schaunard. Ambos complementan la pintura bohemia de Puccini muy ajustados a los roles y al estilo.
Sólido está el barítono chileno Cristián Lorca en el doble rol del casero Benoit y del ricachón amante de Musetta, Alcindoro. Lorca aleja ambos papeles de la manoseada caricatura farsesca y pone una nota humana y contenida a estos papeles que generalmente se ejecutan desde lo puramente cómico. Es una vuelta de tuerca que demuestra, una vez más, que no hay papeles pequeños si se los trabaja desde un punto de vista creativo.
Cerrando de buena forma el universo parisino recreado por Puccini, están el juguetero Parpignol del experimentado tenor Claudio Fernández, el aduanero del barítono Felipe Ulloa y el Sargento del bajo-barítono Francisco Salgado, todos destacados cantantes nacionales.
Aspecto cumbre de esta versión es la conducción orquestal del maestro Jose Luis Domínguez. Su lectura da cuenta de cada detalle, por más ínfimo que sea, de una música que transita por varias sendas en genial y perfecta armonía y ensamblaje. Hay notas de marcado acento Verista para retratar el mundo que rodea a los bohemios, acordes de inspirado romanticismo cuando se trata de arropar y describir el amor de las parejas y un marcado tinte impresionista (un adelanto pucciniano a la configuración de ese estilo) para hacernos sentir la desolación y el frío del nevado paisaje en el sombrío tercer acto. Domínguez sirve en bandeja de plata la enorme riqueza sonora de esta pieza, no descuida motivo ni detalle de un tejido de rica fuerza en el primer acto, exultante alegría en el segundo, lúgubre emoción en el tercero y potente tragedia en el cuarto. Fielmente acompañado por la Orquesta Filarmónica de Santiago, es la base sonora sobre la que se eleva esta versión y es una conducción que la coloca, lejos, entre las mejores que he oído en directo.
Al debe totalmente la puesta en escena de la italiana Patrizia Frini, un verdadero cadáver exhumado, de un pretendido realismo naturalista de muy bajo vuelo teatral, pobre en factura, recursos imaginativos y con nulo vuelo creativo, ramplona y anticuada. Corre a la par una iluminación (Ricardo Castro) que a duras penas logra crear atmósferas, todo enmarcado en la histórica producción de escenografía y vestuario creada por el reconocido Nicola Benois en 1982, o sea hace ya treinta y cuatro años.
«La Bohème», de Giacomo Puccini. Teatro Municipal de Santiago. Nueve funciones, del lunes 5 al viernes 16 de septiembre de 2016, con dos elencos (Internacional y Estelar).
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