Por Jose Luis Arredondo A. //
La viuda es joven (45 años) y fuerte, maneja su fundo con mano de hierro y sabe muy bien qué hay que hacer y cómo ordenar que se haga, y aunque la actividad consume toda su jornada, llegada la noche siente la soledad afectiva en la que el finado Apablaza la dejó. De el heredó dos cosas, un campo grande y fértil y un hijastro, ella lo recogió, lo vistió, le dio de comer y lo convirtió en su capataz. Pero el tiempo pasa y Nicolás Apablaza (el Ñico) ya es un hombre y se parece a su padre, la viuda ha dejado de verlo como un hijastro para mirarlo como un hombre en quien volcar todo el deseo y el amor acumulado en años de viudez y soledad.
Hasta éste momento el deseo se ha mantenido bajo control, hasta éste momento, ya que el Ñico manifiesta intenciones de casarse con Flora, sobrina de la viuda, ahí la mujer toma cartas en el asunto y como si fuera una orden más que impartir, le aclara que si se va a casar con alguien es con ella, y listo, es la que manda y en su tierra se hace lo que ordena.
Un matrimonio que para ésta aguerrida mujer es el punto de partida de un declive que desembocará en tragedia, a poco andar de vida matrimonial Ñico saca lo peor de si y se adueña de la tierra relegando a su madrastra-esposa, a un lugar meramente decorativo dentro del fundo, ésto es demasiado fuerte para ella que «es más hombre que naiden», es condenarla a la muerte en vida, una muerte lenta y humillante; De ser la dueña de todo pasa a ser la dueña de nada, un fantasma, «un ánima de lo que juí» y que deambula por el campo que antes le perteneció y que ahora ve ajeno y mal cuidado. El dolor es grande y se hace imposible de soportar, Ñico manda pero a ella le queda una opción todavía, extrema, para no verse más humillada y ofendida, y toma esa opción.
«La viuda de Apablaza» de Germán Luco Cruchaga (1894-1936), estrenada en 1924, es una de las obra mayores de la dramaturgia Chilena, por la fuerza dramática de los caracteres, la asertividad en la pintura de un modo de vida y paisajes profundamente nacional, y la hondura que alcanza la tragicidad de la historia en alas de un lenguaje que se hunde en lo más profundo del habla campesina y rural de nuestro campo. Es una obra de pasiones desatadas, de un abierto y salvaje erotismo y de un sentido trágico que brota del carácter tabú del conflicto (un seudo incesto que respira aires edípicos), más que una estampa folclórica, es un estudio del comportamiento humano en la soledad y extensión de un territorio fértil y salvaje. Una pieza en al que el leit motiv (o motivo conductor), son las relaciones afectivas que se dan entre los personales, y un deseo sexual que flota en el aire y los envuelve a todos.
La versión dirigida por Rodrigo Pérez tiene varios méritos, aleja la lectura de la estampa costumbrista y potencia la obra con una mirada de depurada y contemporánea teatralidad, fractura el realismo de la pieza infiltrando signos visuales y sonoros que acentúan un carácter simbólico y un sentido de tragedia de la obra, para que desde un inicio uno sienta que el curso de los acontecimientos está marcado por un sino fatal, y por ende, irreversible e irreparable. A la vez combina elementos que pudiendo distanciar Brechtianamente (los peones actúan como los perros del fundo en unas escenas y en otra miman coreográficamente las labores que realizan el campo), no enfrían la mirada del espectador y conservan en alto el tremendo grado de emocionalidad que es el motor de la obra. En esto juega un rol esencial la escenografía de corte minimalista y la música que marca, con efectos sonoros, el sino trágico del encuentro viuda – Ñico, a la vez una iluminación mortecina, apastelada y por momentos directa y cruda es el marco de una propuesta de gran unidad estilística.
La actuaciones del elenco en su conjunto dan el ancho de una pieza que exige un alto grado de compromiso y entrega emocional.
La viuda de Catalina Saaavedra es un potente centro de gravitación y marca el nivel de todos los interpretes, su viuda es hombruna y frágil al mismo tiempo, se sabe la dueña de todo pero ante Ñico evidencia sus sentimientos y se ablanda, lo que la hace humana y aleja del estereotipo. Notable su transición de mujer segura en un comienzo al despojo en que queda convertida al final. Saavedra luce segura y firme como el carácter que representa, y le da convicción a la pasión y al dolor por el que transita el personaje, desde la fuerza inicial al quiebre final en el que ruega no ser más humillada. Una entrega que emociona y hace justicia a un rol emblemático del teatro chileno.
Lo mismo con el Ñico de Francisco Ossa, muy bien en su gañan del inicio, trabajador y asalvajado, al tipo que se adueña de todo y se transforma en un ser prepotente y autoritario. Ossa luce seguro y firme pero sin perder emoción ni fragilidad cuando corresponde, lo que hace ganar en matices y humanidad al rol.
Corre a la par la Celinda de Marcela Millie, que logra dar con un carácter netamente campesino y rural sin caer en la maqueta, dota de frescura y credibilidad al personaje y lo convierte en parte del paisaje, un tanto coqueta, salvaje y noble.
La Flora de April Gregory fluye muy bien en su carácter frágil y poco acostumbrado a los rigores del campo, objeto de deseo de Ñico, involuntaria rival en amores de la viuda.
Excelentes Carolina Jullian y Cristián Carvajal como el matrimonio de Don Geldres y Doña Meche, españoles avecindados en el pueblo cercano al fundo de la viuda y que mantienen con ella una relación comercial y de afecto. Estos personajes están tratados, al menos en la primera parte, como figuras arquetípicas, de rasgos cómicos y un poco patéticos, con algo de arlequines en el exilio que juegan su parte en tono de farsa y caricatura, la Doña Meche de Jullian resulta cómica, desbordada y querible, al igual que el Don Geldres de Carvajal, que sin perder el humor ni la socarronería se alza como un elemento de siniestro racismo en contra del pueblo mapuche. Hacia el final, Carvajal se despoja de la caricatura y humaniza en su solidaridad con el dolor de la viuda, muy buen aporte de la mirada que da Rodrigo Pérez a esta pieza.
Muy bien el Remigio de Jaime Leiva, peón que se transforma en hombre de confianza de Ñico y lo secunda en sus labores, excelente el paso de pobre gañan a una suerte de «flaite» empoderado. Lo mismo el Fidel de Marco Rebolledo y el Custodio de Guillermo Ugalde.
Muy buena versión de un clásico total de nuestro teatro. Fresca, teatral, asertiva en sus elementos escénicos y plenamente justificada como una mirada desde nuestro hoy a un pedazo importante de la historia teatral chilena.
«La Viuda de Apablaza» de Germán Luco Cruchaga. Dirección de Rodrigo Pérez. Diseño integral de Carolina Devia. Música y diseño sonoro de Juan Pablo Villanueva. Asistencia de escenografía de Nicolás Jofré. Realización escenográfica de Rodrigo Iturra. Realización de vestuario de Sergio Aravena. Encargada de de producción: Maritza Estrada. Producción : Equipo GAM.
Del 11 de Agosto al 1 de Octubre 2016 en el Centro Gabriela Mistral (GAM)
Wohh precisely what I was searching for, appreciate it for putting up. “Study men, not historians.” by Harry S Truman.