Por José Luis Arredondo. //
Definida acertadamente por Richard Wagner como «La ópera de las óperas», Don Giovanni, de W. A. Mozart, estrenada en Praga en 1787, es una verdadera pieza de arquitectura musical y teatral. Una obra que por su riqueza conceptual y alcances estéticos resulta casi inabarcable. Todo un desafío al talento y la imaginación de los creadores a la hora de llevarla a escena.
La pieza de Mozart, con libreto de Lorenzo Da Ponte, hunde sus raíces en el arquetipo del libertino genialmente retratado por Tirso de Molina en su obra «El burlador de Sevilla», un ser déspota que desde su posición de privilegio económico y social es un verdadero depredador. Representación viva de un cúmulo de antivalores que transita hacia su trágico fin sin muestras de arrepentimiento ni reconocimiento del mal causado en su camino.
En manos de Da Ponte la historia cobra un agudo tono moralizante, que lejos de resultar maníqueo está dibujado con aristas y relieves que conforman una galería de personajes muy representativos de la condición humana. El libertino es el eje que articula tópicos como el amor, el abuso, el sexo, el machismo, el sometimiento y la venganza, que aún hoy con los cambios operados en la sociedad desde ese entonces, no pierde mucha vigencia.
Lo genial es que Mozart potencia la calidad del libreto con una de las más grandes construcciones musicales creadas hasta hoy, una partitura que parece agotar todas las posibilidades expresivas, desde la comicidad más aguda hasta el hondor trágico más desgarrador, pasando por momentos de arrebatada emoción y lirismo. Una verdadera arquitectura musical que no se puede catalogar sino de perfecta. Una obra que siempre será un desafío mayor y con la cual dió inicio a su temporada de ópera 2018 el Municipal de Santiago.
Hace 6 años «Don Giovanni» había pisado por última vez este histórico escenario. Fue una versión que exhibió muchos logros, entre ellos una muy atractiva puesta en escena inspirada en el «Drácula» del cineasta Francis Ford Coppola.
Lamentablemente la actual puesta en escena queda al debe en varios aspectos, básicamente es la misma propuesta que vimos la pasada temporada en «Las Bodas de Fígaro», una especie de caja de resonancia, que ahora se pobló de puertas laterales, y que constituye un escenario «único» para todos los ambientes donde transcurre la historia. Esta «unicidad» resta posibilidades expresivas en cuanto a lo teatral, y hace descansar en el elenco todo el peso de la puesta en escena. Entiendo el tono de «teatro en el teatro» que buscó el regisseur Pierre Constant (Don Giovanni abre y cierra un telón de boca, una lámpara colgante de focos reflectores ilumina crudamente al protagonista en un momento, hay luces que dan en forma directa sobre algunos personajes etc). Pero estimo que lo que funcionó mejor, dada la peripecia, en «Las Bodas de Fígaro», aquí restó posibilidades expresivas a la ambientación y empobreció la puesta en escena dada todas las posibilidades que encierra la enorme teatralidad de la obra. Una dirección escénica que estuvo más cerca de una versión de concierto que de un montaje teatral.
En las antípodas se instaló la lectura musical del maestro Attilio Cremonesi. El suyo resulta un trabajo de enorme fiato tanto con la orquesta como con los cantantes, logra extraer de la Filarmónica un sonido camerístico que se deja sentir profundamente Mozartiano. Una lectura ágil, variada, apretada, muy empapada del carácter de cada situación y personaje y que pone en evidencia el rico entramado sonoro de la pieza, solo extrañé un acento más claramente sombrío en los momentos dramáticos o trágicos que contiene la pieza.
El elenco internacional, que apreciamos en la función de estreno, respondió con mucha solvencia a las enormes exigencias que plantea esta obra.
A la cabeza se sitúa el barítono turco Levent Bakirci, su antihéroe pone de relieve lo más odioso de su carácter, es arrogante, despiadado, cruel y abusivo, y logra combinar muy bien estos elementos con una galantería altiva y socarrona. Bakirci posee un timbre claro dentro de su cuerda, robusto, y un generoso volumen, tiene agilidad y muy buen sentido del decir que se manifiesta claramente en los recitativos. Un Don Giovanni acidamente seductor y galán.
Por su parte el bajo-barítono francés Edwin Crossley-Mercer se ensambló bien a su amo, aunque su Leporello acusa una comicidad más bien rígida y una picaresca no muy generosa, logra sacar el rol adelante, pese a que se deja sentir una falta de ductilidad e histrionismo para el rol.
La Donna Anna de la norteamericana Michelle Bradley resulta creíble y comprometida, aunque su generoso volumen resulta muchas veces excesivo para una sala de las dimensiones del Municipal. Esto, unido a una línea de canto más bien distante del estilo marcado por Cremonesi, hace que su labor no resalte particularmente, sin duda que lo suyo va por otros estilos y otros compositores más cercanos al siglo XIX que al XVIII.
Excelente en lo musical el Don Octavio del tenor Joel Prieto, totalmente afiatado a la marca de la dirección orquestal, se le ve cómodo tanto en el personaje como en el estilo, exhibe una buena progresión dramática y logra configurar un carácter dramático, sin perder elegancia, en donde es fácil dibujar una personalidad pusilánime y no mucho más.
Notable la Doña Elvira de la soprano chilena Paulina González. Desde una enérgica e iracunda entrada en busca del burlador, hasta la derrota final de saberse irremediablemente enamorada de quien le miente y la engaña sostenidamente, González dibuja con credibilidad escénica y vocal, un rol emblemático en la producción Mozartiana. Su canto tiene fuerza y carácter, y logra entrar en la música al pulso exacto requerido por el director, trasunta seguridad y comodidad en una sala que conoce bien. Un material vocal que está ya en pleno poder de sus facultades y posibilidades y que la soprano domina con seguridad y aplomo.
La nota trágica y sombría la pone el Comendador del bajo norteamericano Soloman Howard. De imponente presencia física, hace gala de un canto sólido, granítico, acerado y duramente expresivo.
Completan el cuadro de calidad la soprano chilena Marcela González como una Zerlina acertada en lo vocal, de acuerdo a lo requerido por Cremonesi, pero a mi parecer falta de picardía y acento popular para diferenciarse bien de Doña Ana y Doña Elvira. El Masetto del bajo-barítono chileno Matías Moncada resulta muy convincente, un enamorado viril, sanguíneo y de porte muy digno ante los abusos de Don Giovanni. La voz de Moncada, hoy por hoy está entre lo mejor de su cuerda en nuestro pais. Asimismo se le ve cada vez más seguro y empoderado de su robusto y expresivo material vocal.
Una partida de temporada que se luce en lo musical y queda totalmente al debe en lo escénico.
Regie: Pierre Constant / Escenografía: Roberto Platé / Vestuario: Jacques Schmidt y Emmanuel Peduzzi / Iluminación: Jacques Rouveyrollis / Dirección orquestal: Attilio Cremonesi en el elenco internacional y Pedro-Pablo Prudencio para el elenco estelar.
«Don Giovanni» se presenta entre el 16 y el 27 de abril en el Municipal de Santiago, con dos elencos (internacional y estelar).
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