Max Valdés une a Mozart, Penderecki y Schumann en un concierto de melancólica y reflexiva emotividad 

Por José Luis Arredondo A. // 

Una unión poco habitual, pero que resultó muy expresiva dentro de su espíritu de emotiva y soterrada melancolía, fue el resultado del sexto concierto de la presente temporada en el Municipal de Santiago.

El programa juntó a tres referentes de la música docta que en apariencia tienen casi nada en común, Wolfgang A. Mozart (1756 – 1791) un cabal hijo del siglo XVIII, Robert Schumann (1810 – 1856), fiel representante del siglo XIX y Krzysztof Penderecki (1933), músico «nacido y criado» en un siglo XX ecléctico y multifacético.

Tres nombres disímiles, que sin embargo se unieron en un programa que los hermanó en composiciones de delicada emoción y soterrada melancolía.

La velada se inició con la Sinfonía 29 de Mozart, obra que compuso a los 18 años (1774), y que sorprende por su enorme madurez, pareciera la composición de un músico ya mayor, como alguien que ya ha sufrido los embates del destino, flotan en sus cuatro movimientos una sensación de melancolía y cierto aire de pesadumbre, en el que los instrumentos, sobretodo las cuerdas, parecieran dialogar entre si dentro de una reflexiva tristeza. Sensación que se hace muy patente ya que la atmósfera total de la obra está dada por el Andante (2do. mov.) y el Menuetto (3ro.), espacios donde el músico despliega sonidos que nos llevan a una introspección de tono casi crepuscular. Obra que nos aleja un poco de la imagen del Mozart «niño terrible» y nos adentra ya (a sus 18 años) en el mundo del músico vital, pero sufriente y dolorido, con esa nota de delicada tristeza que se dibuja al fondo de gran parte de su obra.

De ahi el salto fue olímpico y nos aterrizó en las postrimerías del siglo XX para adentrarnos en el lado más introspectivo del polaco Penderecki, su Concierto para viola, en arreglo para guitarra y orquesta, llenó la sala capitalina con un aire casi angustiado, una especie de confrontación entre la orquesta y el instrumento solista, en la que este último dibuja una endiablada y angustiada melodía, que es contestada y refrendada por una lacerante y gélida respuesta orquestal. Queda aquí de manifiesto el por qué Penderecki es frecuentemente visitado por bandas sonoras de películas de atmósferas inquietantes, no en vano su música está presente en filmes como «El exorcista» y «El resplandor». 

La guitarra quedó en manos de Lukasz Kuropaczewski, joven virtuoso polaco que logró una prolongada y merecida ovación a su intervención, demostró dominio extremo del instrumento, en una obra que requiere del músico agilidad a toda prueba en la digitación y una brutal precisión en su interacción con la orquesta.

19488580_1895155640524748_1228298450980428485_o

Intermedio y entramos a la Sinfonía número 2 de Schumann, obra compuesta en la época en la que el músico empezó a padecer los síntomas de la sífilis que lo llevó a la tumba; mareos, debilidad y dolor muscular, reumatismo, alteraciones visuales, insomnio y problemas de oído. Como el mismo confesaría:»fue el poder resistente de mi espíritu lo que influyó sobre mi obra y por el cual intenté superar mi condición física».

Obra que trasunta la profunda melancolía en la que su condición lo sumió, refleja en sus 4 movimientos esa desazón que le producen los malestares descritos, aún en los «Allegros» pesa una sensación de angustia que invade toda la sinfonía.

Dirigió la Orquesta Filarmónica de Santiago el maestro Maximiano Valdés, en un programa que aunque daba la apariencia de disímil, encontró gran unidad en las atmósferas presentes en cada obra.

27 y 28 de junio 2017.

Fotos: Patricio Melo. 

Si te gusta este contenido, déjanos un comentario

Blog at WordPress.com.

Up ↑

A %d blogueros les gusta esto: