
Por José Luis Arredondo.
Recién se iniciaba la que iba a ser una década revolucionaria cuando en 1963 -en el Teatro de la Universidad de Chile, bajo la dirección de Víctor Jara- se estrenaba la obra “Los Invasores”, de Egon Wolff.
Un evento artístico clarividente o de adelantamiento, que anticipaba el choque frontal e inequívoco de las fuerzas sociales, cuyas consecuencias se proyectan hasta hoy. La burguesía y el proletariado se enfrentaban cara a cara en el escenario de la Sala Antonio Varas, mientras ese mismo enfrentamiento se fraguaba inequívoco en las calles y en distintos espacios de nuestro país.
El estreno de «Los Invasores» tuvo lugar exactamente 10 años antes de que la dictadura cívico-militar asesinara a Víctor Jara y acallara brutalmente las demandas de ese pueblo que Wolff describe en su obra. Hoy han pasado 58 años desde ese momento histórico y mucha agua y también sangre ha corrido bajo los puentes.
En el intertanto sufrimos la dictadura y vivimos la democracia pactada entre la derecha y fuerzas progresistas, mientras las demandas de la ciudadanía se acumulaban y dormían en los cajones del escritorio del poder. Eso hasta que la presión de sueños postergados y anhelos incumplidos hizo crisis en octubre de 2019, un mes clave dentro de nuestra historia reciente y en que el descontento popular se manifestó con enorme fuerza en el Estallido Social.
Ahora tras casi seis décadas, la compañía Teatro Sur bajo la dirección de Ernesto Orellana, vuelve sobre la obra para mirarla con los ojos de nuestro tiempo, en un montaje que se presenta en el Teatro Mori Recoleta, en Santiago.

En escena vemos el matrimonio del empresario Lucas Meyer y su esposa Pietá, quienes llegan a casa tras una fiesta. Están un poco bebidos y él ansía acostarse lo antes posible, pero Pietá manifiesta inquietud ya que entre las sombras, en momentos en que llegaban en el auto, vio unas figuras deslizarse en las cercanías. Cuando ya se supone que todos duermen, entran furtivamente a la casa el China y tras él la Toletole, que, según parece, son dos habitantes de una población cercana, que andan buscando algo para comer y un lugar donde pasar la noche.
Es el inicio de una “invasión” que a medida que van pasando los días involucra a otros personajes (los hijos del matrimonio y otros pobladores). Todos ocupan el espacio de los Meyer a la vez que manifiestan demandas de diversa índole. Es una convivencia forzada no exenta de violencia y a través de la que nos enteramos de cómo hizo su fortuna el dueño de casa y cómo han sobrevivido, con esfuerzo y a duras penas, el China, la Toletole y sus iguales. Un encuentro que es un choque de fuerzas, en el que ambos «bandos» resultarán heridos en sus intereses, anhelos y convicciones. Dos mundos que entrarán en crisis para intentar resolver deudas y cuentas pendientes que el paso del tiempo, más que borrar, acumuló.
«Los Invasores» pone en escena una lucha de clases, un ejercicio dialéctico en el que dos mundos, separados por la posición económica, social y cultural, enfrentan visiones desde sus intereses en cuanto individuos y colectivo. Y Orellana instala este enfrentamiento con el estallido social del 2019 como eje de la propuesta, haciendo la analogía entre el clima que se fraguaba socialmente la década del 60 con nuestra actual situación.

En lo ideológico, esta versión se hace cargo del estallido de octubre de 2019 y lo instala como un concepto desde el que se articulan otros temas sobre identidad de género, diversidades sexuales, reivindicaciones feministas y en general temas que tienen relación con las demandas de sectores históricamente postergados o marginados.
Lo interesante es que la propuesta no se queda en una versión aggiornada de la obra, sino que a mitad de camino, más o menos, la observa desde dentro con un sentido crítico, en un logrado ejercicio de deconstrucción tanto en lo dramático como en lo ideológico-conceptual. En este sentido, el montaje se atreve incluso a cuestionar algún aspecto del perfil tanto de la obra como del autor, lo que enriquece la experiencia del espectador ante un clásico de nuestra escena.
Esta es una forma de sacar al pizarrón el modo en que Egon Wolff desarrolló el conflicto planteado en la obra, lo que torna la representación en una re-visión que siempre será necesaria cuando hablamos de una pieza clave del teatro nacional.
La puesta en escena ofrece un trabajo de gran dinamismo, que se apoya en un excelente soporte visual y sonoro, un muy buen trabajo de iluminación y un cuidado vestuario y maquillaje, que dan buena consistencia a la propuesta general.
El trabajo actoral resulta parejo en su buena calidad, los caracteres están muy bien definidos y el elenco entendió muy bien el concepto de la propuesta, para interpretarla con propiedad y credibilidad. La dirección imprime ritmo y conjuga con claridad, y sin titubear ni desviarse, el punto de vista planteado.
Estamos aquí ante unos “Invasores” jugados, dinámicos, estructurados sobre una sólida idea y punto de vista, que nos habla de temas contingentes y necesarios de visibilizar siempre. Se trata del valioso rescate de una obra referencial, contundente y que manifiesta una vez más su atemporalidad, como todo clásico. Claramente uno de los mejores estrenos en lo que va de esta temporada teatral 2021 en modo presencial.

“Los invasores”, de Egon Wolff. Dirección y adaptación: Ernesto Orellana. Diseño integral: Jorge Zambrano. Audiovisual: Wincy Oyarce. Vestuario: Javiera Labbe y Althia Cereceda. Maquillaje: Camilo Saavedra.
Elenco: Tito Bustamante, Ximena Rivas, Nicolás Pavez, Tamara Ferreira, Nicolás Zárate, Ymar Fuentes, Amada Ceballos, Antay Cornejo, María Rondón.
Teatro Mori Recoleta (Bellavista 77). Hasta el 28 de noviembre. Sábados y Domingos a las 20 horas. http://www.teatromori.com