
Por José Luis Arredondo.
En uno de los tantos artículos aparecidos este año en medios de todo el mundo, la BBC se preguntaba: “Por qué ‘La Divina Comedia’ sigue siendo tan relevante 700 años después de la muerte de Dante?”. Recordemos que el poeta Dante Alighieri nació en 1265 y murió en 1321, por lo que la fecha cobra especial y significativa importancia este año.
Sin duda, los motivos para que sea una fecha relevante son numerosos, y por cierto que académicos y estudiosos de la obra del genial autor florentino abundan en razones que hace meses ya recogen las páginas culturales de todo el orbe. A mi parecer esta relevancia se debe principalmente a que en «La Divina Comedia» Dante nos entrega el más variado, rico, amplio y profundo retrato de la condición humana que se haya configurado hasta nuestros días bajo el alero de una sola obra.
Sus tres partes (Infierno, Purgatorio y Paraíso), reúnen una monumental galería de personajes representativos de la sociedad en su conjunto. Y no solo los tipos humanos de la Florencia del siglo XIV, sino los de toda época, ya que el autor caló en lo más hondo del alma humana para reflejar lo inmanente que late desde siempre en hombres y mujeres a través del tiempo.
El escritor configuró un abismal mapa humano de su tiempo, y al trazar esta cartografía social y espiritual cimentó lo que siglos después León Tolstoi expresó como “Pinta tu aldea y pintarás al mundo”. El ser humano de ayer y de hoy, en todo lugar y tiempo, es esencialmente el mismo.
Por eso, más allá de los márgenes estéticos del estilo y la forma, esta magna obra nos parece siempre nueva y actual. Y por lo mismo, la versión del “Inferno” dantesco escrita por el dramaturgo y actor Marco Antonio de la Parra y estrenada en el Teatro Finis Terrae, nos resulta tan viva, actual y contingente.
De la Parra nos traslada a un “Inferno” -así, en italiano- de inequívocas referencias a nuestro país. En el viaje por sus círculos, y apoyado en el dispositivo visual, asoman imágenes que resultan totalmente identificables en el marco de nuestra historia política y social. No obstante estas referencias contingentes, la dramaturgia no relega a un segundo plano la magnificencia de la poesía de Dante, sino que sabe lograr que esas descripciones dantescas se ensamblen a la perfección con las imágenes que brotan desde la pantalla de fondo, y que que quedan refrendadas en textos que se alternan en italiano, castellano y “chileno”.

La puesta en escena ofrece un atractivo dispositivo teatral, que por su naturaleza y desarrollo tiene más aspecto de performance que de “obra dramática”. Su protagonista, Néstor Cantillana, se presenta como un “Dante” vestido de impecable traje blanco y… descalzo, instalado ante el grupo que tiene a su cargo el sonido como si fuera un director de orquesta. También lo vemos “declamando” (aunque en rigor el término no se ajusta a la intención), ante un micrófono con pedestal y al lado de un atril (de esos utilizados en las orquestas), con el texto (que bien podría ser una partitura).
En este marco, Cantillana actúa como un histrión que apoyado en una bien timbrada voz -amplificada de forma permanente- nos conduce por los diferentes círculos infernales. A medida que avanza el viaje hacia las profundidades del averno, la atmósfera creada por el sonido y las imágenes se exacerba, en un periplo que tiene mucho de sicodélica distorsión. Es un tránsito alucinatorio, crispado por efectos sonoros que reproducen los demenciales gritos y lamentos de los condenados, que estremecen al protagonista y hacen que su cuerpo refleje y acuse el horror imperante.
En este sentido el Dante de Cantillana, más que un espectador de las almas atormentadas, es un partícipe directo de las penas que torturan a esas almas sentenciadas, y replica el tormento en una potente y vital gestualidad, como si él fuera el alma de un penado más. Eso hasta que en el clímax del paroxismo llega a su encuentro el mismísimo Lucifer, en una entrada que rompe el esquema trabajado hasta ese momento, e introduce un elemento de agudo humor socarrón e irónica contingencia.

“Inferno” es un espectáculo escénico que se instala en dos logrados frentes. Por un lado articula un homenaje a la excelsa obra de Dante, y trae hasta nuestro hoy su potencia incombustible de clásico absoluto; por otro, se hace eco de su permanente modernidad al apelar a buena parte de los recursos tecnológicos que aportan al arte escénico para abrir y expandir, con una mirada actual, sus variados y múltiples alcances.
Es un «Inferno” que, a siete siglos de su gestación, late más vivo, y en este caso cercano, que nunca.
“Inferno”, de Marco Antonio de la Parra. Dirección: Daniel Marabolí. Elenco: Néstor Cantillana y Marco Antonio de la Parra. Composición Musical y Diseño Sonoro: Nicolás Aguirre y Daniel Marabolí. Iluminación y Vestuario: Claudia Yolin e Ismael Valenzuela. Proyecciones Visuales: Javier Panella.
Teatro Finis Terrae: Pedro de Valdivia y Pocuro. Metro Inés de Suárez. Entradas entre 7.000.- y 2.500.- pesos.
Hasta el domingo 24 de octubre a las 20:30 horas.