“Morir un poco”, de Álvaro Covacevich, describe la épica de un chileno común, entre la rutina y la rebelión

Por José Luis Arredondo.

“Todos los días el hombre sale a la calle a morir un poco, en vez de salir a vivir. De la casa al trabajo, del trabajo a la casa. Y una vez al año, a la playa. Todos los días, la presión de las cosas, de los objetos: vea, vea, vea; compre, compre, compre; vaya, vaya … !Y eso está tan lejos, cada día más lejos! Al hombre, que va muriendo un poco, solo le queda una fútil rebelión”.

Con estas lúcidas y amargas palabras, el director Álvaro J. Covacevich describía a mediados de los años 60, en una entrevista en la mítica revista Ecran, la vida de Luis, el protagonista de su primera película “Morir un poco”. El filme, estrenado en 1967, se ha convertido hoy en una referencia de esa época, y luego de permanecer largas décadas invisible, fue restaurado digitalmente por la Cineteca Nacional para ponerla a disposición del público en un estreno online que tuvo lugar este sábado 23 de mayo.

La película narra de manera directa y simple la rutinaria y opaca vida del protagonista, un hombre común y corriente de clase trabajadora, que pasa sus días sin mayor expectativa que trabajar todo el año y escapar por una vez a algún balneario de la zona central, con el fin de huir por unos días de la asfixiante cotidianidad que lo oprime. Fuera del trabajo vaga por las calles de la ciudad mirando los anuncios de las vitrinas de agencias de viajes que le ofrecen exóticos destinos en países que él nunca conocerá.

Solo esos pocos días en el litoral central le dan la ilusión de una soñada libertad que lo sacuda de su aplastante devenir. Pero es una ilusión pasajera, que no logra romper la realidad de una existencia sin horizontes, sin más posibilidades que ejercitar al final una débil suerte de rebelión contra un sistema del cual no es más que una insignificante pieza.

“Morir un Poco”, que tuvo en su momento un inusitado éxito de público, es un potente retrato social y político de la época, verdadero documento fílmico de una sociedad profundamente desigual.

Ante los ojos de Luis, que son nuestros ojos, desfila un variopinto grupo humano y su forma de vida. Así observamos el ir y venir de peatones por el centro de Santiago, la oprobiosa miseria de las llamadas poblaciones callampas, un trozo de la vida que llevan veraneantes ya sea en Valparaíso y Cartagena, destinos habituales de los sectores populares, y Reñaca o Viña del Mar, lugares históricamente escogidos por las clases más pudientes para recrearse.

El filme evita el discurso político frontal, pero sin duda expone críticamente las condiciones de pobreza y desigualdad reinantes, y la fuerza explicita de las imágenes hacen innecesario el que se refuerce con un texto. De hecho, la palabra es la gran ausente de la cinta. Covacevich expone sin filtros una realidad que era el perfecto caldo de cultivo para las reivindicaciones sociales que iban a tomar cuerpo tres años más tarde con la llegada de Salvador Allende a la presidencia de Chile.

En cuanto a su factura, resulta muy interesante. La anécdota es mínima pero llena de relieves y significados. Su economía narrativa es muy rica y expansiva en el discurso político y social, no esquiva la metáfora gruesa para darse a entender a una cantidad de público lo más amplia posible, y combina, en lo formal, muy bien los elementos propios de la ficción y del documental. Resultando una acertada mixtura de docuficción y cine-verdad, sin obviar la patente influencia del neorrealismo italiano latiendo en forma permanente.

“Morir un poco” es un ejemplo de gran cine, de profunda identidad nacional, una película “militante”, hija de su tiempo y su espacio, que sin embargo no pierde vigencia, transcurridos 53 años de su estreno, al dejar en evidencia que aún subsisten muchos de los problemas que expone. Es una inyección de realidad a la vena, que toma la forma de una obra artística para hacerse perenne, universal, y sobretodo, esencialmente chilena.

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