Por José Luis Arredondo //
En el principio es Alessandra, que está felizmente casada con un astrónomo, que con algo de poesía en la mirada, escruta los cielos desde el observatorio astronómico Cerro Tololo, en el norte de Chile. Eso es un instante en el universo espacio temporal, porque de ahí la protagonista pasa, por arte de magia teatral, a la Venecia que vio caer al Duce y de paso a la familia de Alessandra, que debe hacer las maletas junto a ella y su iguana, dejar el palacete que habitan y emigrar lejos de Italia. Pero no todo se detiene ahí, porque este viaje tiene varias estaciones en las que la protagonista de esta historia despliega toda su humanidad y fantasía, para hacia el final, volver, con la frente ya un poco marchita, pero feliz, a su tierra natal, o a la patria que fue su juventud.
«La iguana de Alessandra» es un alucinado viaje por la historia, y dentro de ella por las historias de esta mujer y quienes la rodean. Un viaje en el tiempo que toca momentos de universal trascendencia y en el que ella es el eje narrativo y motor que hace girar la rueda de los acontecimientos: Venecia a la caída del Fascismo, La España de Franco que asesinó a Federico García Lorca, El Chile del frente Popular liderado por Pedro Aguirre Cerda (Gobernar es educar), La China de Mao Tse Tung y su revolución cultural y la actual Siria bajo el terror del ejercito islámico y su guerra santa.
Todo esto que podría ser un repaso a momentos históricos, en manos del dramaturgo y director Ramón Griffero es un periplo que brota de la alucinada mente de Alessandra como un manantial rememorativo, con mucho de viaje espiritual y proyección de vidas que pudo haber vivido.
Un viaje que toma la forma de una comedia, con la protagonista como hilo conductor, con delicados toques de drama y melodrama, y que nos lleva a reflexionar sobre estas situaciones históricas bajo un prisma mas festivo y juguetón que un sesudo análisis de esos acontecimientos. Como si el turno de vivir los hechos como «tragedia» ya hubiese pasado y hoy hubiera que repetirlos como «comedia».
También es un viaje de crecimiento, de madurez, un devenir que entre escenas pobladas de música y bailes, filtra reflexiones sobre lo que le ha tocado vivir a la humanidad desde la segunda guerra mundial hasta hoy. En ese sentido la obra es como una flor de muchos pétalos, que se abre y muestra, desde su centro, un conjunto de vidas contenidas en el cuerpo, la mente y el alma de Alessandra.
La puesta en escena es la reafirmación del estilo de teatro que ha cultivado Ramón Griffero desde la década de los ochenta, una llamada «poética del espacio» que lo instaló desde ese entonces como un director que produjo una muy personal síntesis de las vanguardias teatrales del siglo XX, impregnada de una mirada no ajena a la estética del cine, que provocó una suerte de revolución en la concepción de como llevar un texto a escena y que se hizo carne en su compañía Teatro Fin de Siglo en el mítico El Trolley de calle San Martín, todo en medio de la dictadura militar que en ese entonces empezaba a vivir su última década.
Aquí este espacio se depura y colorea en tonos pastel, la iluminación embellece y estiliza y la música reafirma un despliegue escénico con algo de ópera y mucho de teatro musical. Griffero privilegia, con gran acierto, la perspectiva, y realiza un par de guiños a la historia del arte con la concreción en escena del cuadro «Las meninas», de Velázquez.
El elenco se entrega a la propuesta con gran sentido lúdico y mucha energía, se impregna del sentido de comedia, que de pronto adquiere un cariz de farsa, con convicción y credibilidad, y no deja de lado la emoción que adquiere a ratos la propuesta, como el cuadro en el que la milicia Franquista detiene a García Lorca para asesinarlo, o la escena en la que el último emperador de china, devenido en jardinero durante el régimen de Mao, cultiva una flor.
«La iguana de Alessandra», es una propuesta fresca, amable pero no blanda, colorida, de un optimismo agudo y lúcido sobre el sentido de la vida y su devenir. Un montaje que reafirma la originalidad de un dramaturgo ya referencial en la historia del teatro chileno, esta vez secundado por un elenco que responde en excelente forma al vuelo que propone la pieza.
«La iguana de Alessandra», una obra escrita y dirigida por Ramón Griffero Sánchez. Asistente de dirección Ricardo Balic. Escenografía y vestuario Daniela Vargas. Música Alejandro Miranda. Iluminación Guillermo Ganga. Asistente de escenografía Manuel Morgado. Realización vestuario Julio San Martín. Realización escenografía taller Teatro Nacional Chileno y Cuervo Rojo Escenografía. Producción Francisca Babul.
Elenco: Paulina Urrutia, April Gregory, Pablo Schwarz, Felipe Zepeda, Juan Pablo Peragallo, Italo Spotorno, Gonzálo Beltrán, Alejandra Oviedo, Omar Morán y Taira Court.
Sala Antonio Varas (Morandé 25), del 12 de mayo al 30 de junio. Jueves, viernes y sábado a las 20 hrs.
El también utilizó «poética», que es lo que dice el comentario.
Gracias por el alcance. Saludos
querido, el concepto creado y puesto en práctica por Ramón es dramaturgia del espacio, no poesía del espacio. Cariños Enviado desde Yahoo Mail para Android