Por José Luis Arredondo. //
No es novedad en nuestro país que de acuerdo al lugar de nacimiento están casi determinadas tus posibilidades de tener una buena, regular o mala vida. Y Franco nació en el fondo de la pobla, así que desde siempre su futuro no fue muy promisorio. Menos aún teniendo en cuenta que es homosexual e hijo de una madre homofóbica y un padre del que no se sabe nada. Porque Franco se dio cuenta a temprana edad de su condición sexual, cuando en el internado se enamoró perdidamente de ese compañero, el mismo que años después y cuando ya había pasado algo de agua bajo el puente, volvió a encontrar, esta ocasión en circunstancias muy distintas a la primera vez y con otro desenlace.
«Franco» es un viaje al infierno que habita en uno mismo, una lacerante introspección que lleva al protagonista a enfrentar su vida y las duras circunstancias que la determinaron. También es un lúcido retrato social de sectores marginados, desposeídos, desplazados e invisibilizados, y sobretodo violentados, por un país en el que la segregación es la norma.
La obra, en forma de monólogo, es la exposición, por parte de Franco, de su calvario. Una exposición, con mucho de confesión, de cómo ha sido su vida desde que ingresó a carabineros hasta el momento en el que se reencuentra con ese amor de juventud que lo marcó para siempre.
La pieza apuesta por el delirio y la distorsión para materializar la vida del joven. En ese sentido la puesta en escena funciona como un viaje por la mente del protagonista, como un periplo fraccionado por sus recuerdos y evocaciones, graficada en un ambiente que en su estética general resulta acertadamente opresivo, un lugar físicamente indeterminado pero que claramente apuesta por el encierro, por donde deambulan los fantasmas y la culpa del protagonista como espectrales presencias que lo acosan y torturan, sin tocarlo ni agredirlo, pero haciéndole saber que están ahí como quemante recordatorio de sus actos y también de lo que, a veces sin culpa, le ha tocado vivir y padecer.
Las actuación del protagonista resulta muy convincente, da cuenta con energía y tensión del angustiante drama que vive Franco, y evidencia muy bien en el plano físico y vocal el delirio y la distorsión que lo invade. Fundamental, como apoyo en esta labor, la notable calidad de la escenografía, la iluminación y los efectos de sonido. Lo mismo que la dirección, que imprime vértigo, angustia y tensión a un texto escrito en carne viva.
«Franco» es una obra (parte de una trilogía llamada «Rabia», y que participó en la quinta versión del Festival Lápiz de Mina en el Centro GAM), que nos habla muy de cerca y de frente sobre una historia de violencia, toca temas de sexualidad e identidad de género que están latentes y presentes, en ese sentido es una obra de punzante contingencia, y lo hace con claridad y calidad, en una propuesta de enorme teatralidad.
Dirección: Alexandra Von Hummel. Dramaturgia: María José Pizarro. Diseño de espacio y vestuario: Alexandra Von Hummel. Diseño de iluminación: Rodrigo Ruiz. Diseño sonoro: Daniel Marabolí. Producción: María José Pizarro. Elenco: Juan Galvez, Javiera Mendoza, Alejandro Fonseca y Martín Flores.
Duración: 55 minutos. Para mayores de 18 años.
Sala Sidarte. Ernesto Pinto Lagarrigue 131. Barrio Bellavista. Fono 22 777 1036. Del 4 al 19 de mayo a las 21 horas.
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