
Por José Luis Arredondo A.
Las horas del Merluza están contadas. El Miguel y el Pajarito lo esperan para matarlo, les ganó en un juego de dados y eso selló su suerte. Al menos es lo que dice él, puede sea verdad o puede que sea mentira. El hecho es que el departamento de Eva resulta el lugar perfecto para esconderse mientras pasa el peligro. Por eso le lleva tan solícito los paquetes del supermercado hasta el mismo living y no acepta propina; aceptarla es señal de abandonar el lugar y enfrentarse a la muerte, por eso sólo pide una taza de té.
Este es el punto de partida de un viaje sin retorno, un descenso a los infiernos en la forma de una relación humana que atraviesa distintas situaciones y cruza diferentes estados, dos soledades que caen de círculo en círculo, como siguiendo un periplo dantesco que los lleva hacia un final donde ya todo es posible.
Eva es una mujer joven y separada, aferrada a una estricta rutina que la lleva del trabajo al hogar y del hogar al trabajo, una prisionera de si misma y de sus hábitos teñidos de larvada neurosis. El Merluza se sitúa en las antípodas, un marginal sin trabajo ni rutina que seguir, sin hogar y sin un plan de vida como no sea el de sobrevivir día a día.
El dramaturgo chileno Egon Wolff (1926 – 2016) los lanza a escena como quien empuja a dos luchadores al ring. Dos seres humanos condenados a ocupar un espacio «común» de cuatro paredes (el sitio dramático por excelencia) para enfrentarse al otro y a si mismo.
Eva y el Merluza son dos seres fracturados, ella por la soledad, el por el alcohol y un carácter violento que, literalmente, lo transforma. Ambos en el fondo se necesitan, pero aquí el otro puede resultar ese infierno Sartreano tan temido. Ella le ofrece un te, un techo y finalmente una cama. El le regala lo único que tiene para dar, su habilidad para hacer flores de papel. La convivencia no es fácil, pero la muerte acecha e la calle y el Merluza se las arregla para no abandonar el lugar.
En el Teatro UC, el director Marcelo Leonart toma el texto de Wolff y lo potencia en una versión electrizante. En sus manos, la relación Eva – Merluza se vuelve carne viva y cobra ribetes de pesadilla y locura. Ambos personajes emprenden un camino sin retorno en el que un tenso erotismo los envuelve a medida que la relación avanza, pero no hay que equivocarse, aquí el amor no tiene cabida, sí la violencia y hasta la crueldad.
A medida que avanza la obra, los roles parecen intercambiarse. La Eva segura del comienzo da paso a una mujer que implora cariño, comprensión y afecto, y el tímido Merluza del inicio da paso a su verdadera naturaleza (la de Roberto, su nombre real), un ser que se apodera del espacio y de Eva de la peor manera que uno pueda imaginar.
«Flores de papel» no es una historia de amor, más bien lo contrario, es un periplo en el que se mezclan un sinfín de pasiones humanas en una confrontación no exenta de recriminaciones sociales, prejuicios de clase, roles de género asignados por una sociedad patriarcal en permanente tensión entre lo que significa ser hombre o mujer, la culpa, el sexo, la solidaridad y las expectativas de una pareja y un hogar «bien constituido».
Leonart entra en los pliegues de la obra y deja traslucir todo el nivel de distorsión y viscerales disonancias que encierra, para ello cuenta con un espacio escénico de desnuda expresividad, un lugar despojado de elementos pero cargado de significado en cuanto reflejo de la problemática tratada y la naturaleza de los personajes y su conflicto.
Las actuaciones se sitúan en un alto nivel de excelencia. Mariana Loyola juega su Eva con riqueza de matices y consumada fuerza dramática, y Alexis Moreno entrega una de las mejores actuaciones de la presente temporada, lúdica y siniestra, inquietante en su perfil casi sicopático, y arrebatada en una cuerda que por momentos se desborda hacia un expresionismo -que no desentona en absoluto con la atmósfera trabajada por Leonart a medida que se precipita el final de la obra.
«Flores de papel» es una «muñeca rusa», una pieza que se nos devela capa por capa en un viaje alucinante, terrorífico, lúcido y profundamente humano, donde nada de lo que parece ser en un comienzo lo es realmente al final. Más que el reflejo de una relación, una radiografía a dos seres humanos condenados a estar juntos.
«Flores de Papel», de Egon Wolff. Dirección de Marcelo Leonart. Con Mariana Loyola y Alexis Moreno. Diseño de iluminación: Andrés Poirot. Diseño de escenografía y vestuario: Catalina Devia.
Teatro UC del 5 de octubre al 18 de noviembre. Miércoles a sábado a las 20 hrs.
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