Por José Luis Arredondo A. //
El Tío Vania está a la cabeza de una familia de campo, de terratenientes por cierto, no es un lugar que haya buscado, pero la vida lo puso en esa circunstancia y el asume lo mejor que puede su destino. Lo guía un gran sentido del deber y lo ayuda su sobrina Sonia, una joven poco agraciada y con un sentido de la responsabilidad a toda prueba. Vania y Sonia son los ejes de esta familia cuyo «Pater» (Alejandro), hombre ya de la tercera edad, emigró a la ciudad junto a su joven esposa (Elena) a llevar una vida entregada al trabajo «intelectual» según el atestigua. Completan el cuadro el doctor Astrov, medico rural ya decepcionado de su vida y entregado al alcohol; Teleguin, un vecino arruinado, María (la madre de Vania) y Marina, la fiel sirvienta que ha envejecido a cargo de las labores del hogar. La vida en la finca transcurre monótona y tranquila, hasta que el viejo profesor Alejandro vuelve junto a su esposa para comunicar una decisión que cambiará la vida de todos los miembros de la familia.
«Tío Vania» es sobretodo una obra sobre sueños rotos y amores no correspondidos (Vania ama a Elena y Sonia a Astrov); una de las obras más emblemáticas del ruso Anton Chejov (1860 – 1904), y que refleja de manera descarnada pero con una mirada muy misericorde, la vida crepuscular de un grupo de hombres y mujeres que viven, sumidos en la monotonía y el desengaño, unas vidas que ya no vieron cumplidos sus mas queridos anhelos y que además sufren la frustración del fracaso como un peso que llevarán a cuestas hasta el día de su muerte.
El autor de «El jardín de los cerezos» y «La Gaviota», entre otras, plasma en esta como en casi toda su producción dramática, la soterrada desesperación del hombre enfrentado al fracaso, condenado a vivir una vida vulgar, despojada de sueños y siempre anhelando estar en otro sitio y otro lugar, viendo en la lejanía, como un espejismo, todo lo que la existencia, a juicio de cada cual, le quedó debiendo.
En la presente versión, la adaptación de Rafael Gumucio traslada la acción desde el campo de la Rusia Imperial al campo chileno. Pero es un traslado despojado de folclorismo o estampa criolla, la versión cala hondo en la problemática más humana que social y reflota el espíritu de la pieza con lucidez y asertividad en el eco que la obra tiene en nuestro aquí y ahora.
La dirección de Alvaro Viguera resulta vital y llena de energía, despoja a Chejov de esa languidez con la que se le suele montar, y reviste la obra de una acertada teatralidad para volcar en escena toda la carga trágica que tienen los personajes, carga trágica que no los exime de un humor negro y corrosivo, que utilizan como salvavidas a una realidad que los ahoga inexorablemente día a día, entre el hastío y la rutina. Una desesperada forma de escapar de «lo que pudo haber sido y no fué».
El «dispositivo» que Viguera pone en escena resulta muy expresivo, hay una buena selección de elementos que vienen a devenir en una síntesis, muy teatral, del ambiente en el que se desarrolla la acción.
Por otro lado, las actuaciones están muy logradas y parejas y cada interprete luce empoderado de su carácter en la pintura de este cuadro rural en el que la amargura destila en cada escena como una fina llovizna que los empapa hasta los huesos.
A la cabeza se pone Antonia Santa María como una Sonia de notable expresividad, llena de matices e imbuida del fuerte carácter de esta joven que sufre en silencio por Astrov, mientras se hace cargo casi por completo de la tarea de llevar la finca en ausencia de su padre Alejandro. Misma cosa el Vania de Marcelo Alonso, un ser amargado que vio derrumbarse la vida que soñó frente a sus ojos y hoy sólo vive el vano sueño del amor no correspondido de Elena, un trabajo destacable por cuanto llena un rol que es paradigma de los personajes Chejovianos. No se quedan atrás el Astrov de Jaime Mc Manus, un ser ya acabado y alcoholizado, en el que ni siquiera la ilusión del amor juvenil y vital de Sonia saca de su modorra casi existencial, ni la Elena de Antonia Zegers, sensual aunque no exenta de la decadencia espiritual que configura a casi todo el grupo. Completan un cuadro de excelencia interpreativa, Sergio Hernández (Alejandro), la María de Gloria Munchmayer y Verónica García-Huidobro, una Marina campechana e impregnada de sabiduría y pragmatismo popular.
«Tío Vania» es uno de los platos fuertes de esta temporada teatral, por la notable adaptación de Gumucio, la vigorosa y acertada dirección de Viguera y el destacable trabajo colectivo del grupo de actores. Una obra que refuerza una cartelera siempre pobre en materia de clásicos y que permite acercarnos, una vez más, y en esta ocasión muy aterrizada en nuestro presente, a un absoluto clásico del teatro, descarnada pintura del hombre moderno que a más de un siglo de estrenada, sigue plenamente contingente.
Autor: Antón Chéjov
Adaptación: Rafael Gumucio
Dirección: Álvaro Viguera
Elenco: Marcelo Alonso (Vania), Antonia Santa María (Sonia), Sergio Hernández (Alejandro), Gloria Münchmeyer (María), Antonia Zegers (Elena), Jaime McManus (Ástrov), Verónica García-Huidobro (Marina), Manuel Peña (Teleguín)
Producción General y Ejecutiva: Antonia Santa María.
Asistencia de Dirección: Nicole Sazo.
Asistencia de Producción: Alessandra Massardo.
Diseño de Escenografía y Vestuario: Daniela Vargas.
Diseño de Iluminación: Andrés Poirot.
Composición Musical: Marcelo Vergara.
Fotografías: Estudio Schkolnick
Funciones: Desde el 29 septiembre hasta el 15 de octubre de 2017.
Horario: Viernes y sábado a las 20:00 horas, domingo a las 19:30 horas
Dirección: En CorpArtes (Rosario Norte 660, nivel -2, Las Condes, Santiago).
Precios de las entradas: De $8.000 a $20.000
Si te gusta este contenido, déjanos un comentario