Un Rigoletto de fuerza trágica y moderna teatralidad se impone en el Municipal de Santiago 


Por José Luis Arredondo A. // 

«… Una cosa es cierta, la única forma de ser fiel a una obra clásica es asumir ese riesgo (situarla en otra época); evitarlo ciñendose a la letra de la tradición es la manera más segura de traicionar su espíritu… hay que actuar como si el clásico fuera una película para cuyo revelado se precisara de una sustancia química inventada con posterioridad. Asi, solo en el presente podemos obtener la imagen completa…» 

Estas palabras del destacado filósofo, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno Slavoj ŽiŽek (1949), resumen perfectamente el espiritu que mueve la ultima versión del clásico verdiano «Rigoletto» que se presenta en el Municipal de Santiago entre el 14 y el 22 de julio. Y no es que ŽiŽek se refiera a otro género artístico, está hablando de ópera, lo que refuerza el hecho en este caso específico.

Una visión que puede parecer un tanto extrema o muy concluyente, pero que no debe extrañar que la saque a colación ya que «Rigoletto» también es, en su forma y fondo, una obra «revolucionaria», por aplicar un término que ya han usado muchos al analizarla desde el ámbito musical. De hecho un crítico de la época declaraba «Ayer (en el estreno), fuimos abrumados por las novedades, y no fuimos capaces de formarnos un concepto completo». En esta ópera Verdi logra amalgamar a la perfección las variadas atmósferas de la trama y unir en un todo de potente expresividad los caracteres y espíritus de los diversos personajes. La frivolidad de la corte del Duque de Mantua, la trágica densidad del Bufón Rigoletto, y  la cristalina levedad, ingenuidad y ternura de Gilda, se alternan sin pausa en un cuadro en el que flota, desde un comienzo, la desgracia que signa la vida del Bufón y su hija. 

Estrenada en el Teatro La Fenice de Venecia en 1851, «Rigoletto» marcó el antes y el después para un Verdi que desde la elección del tema se vio entusiasmado con el proyecto. La ópera se basa en la obra «El rey se divierte», del francés Victor Hugo ; sobre la cual Verdi declaró fascinado «Es quizás el drama más grande de los tiempos modernos… una creación digna de Shakespeare», en entusiasta comentario a su libretista Francesco Maria Piave. Pieza en la que el maestro encontró la oportunidad perfecta para renovar el género y ahondar con fuerza en las posibilidades de la escritura musical. Ya no pensando aquí en una ópera como una sucesión de arias y números, sino como una total conjunción de escenas o cuadros que dibujan la trama y le dan enorme consistencia dramática, tanto en sus aspectos teatrales como musicales. Por otro lado, Verdi caracteriza «melódicamente» a cada personaje (algo que años más adelante Wagner lleva hasta sus últimas consecuencias como sabemos), eso ya nos lleva a calar desde el comienzo en la naturaleza de cada cual: la frivolidad del Duque, la tragicidad de tinte grotesco y a la vez noble y sublime de Rigoletto y la espiritualidad de Gilda. Aquí más que arias encontramos, en palabras del compositor «una hilera interminable de duetos», que crean una rica paleta de colores vocales, y por ende de cada sicología en cuanto a los caracteres. Obra que, de alguna forma, ya va a perfilar las creaciones mayores del maestro: La traviata, El trovador, Aida, Otello y Falstaff. Que, me atrevo a asegurar, no habrían podido ser si «Rigoletto» no les ubiese, de alguna forma, abierto el camino. 

Obra cuyo espíritu innovador y precursor marcó la historia de la lírica y de la cual el Municipal de Santiago entrega una muy buena versión en su actual temporada de ópera. 

Queda como base y columna de la propuesta, la acertada dirección escénica del británico Walter Sutcliffe, actualmente director de la Northern Ireland Ópera, y que aquí optó por una ambientación de marcado tinte realista – simbólico; los ambientes son modernamente concretos, pero parecieran estar envueltos por la sicología del Bufón, una mente atormentada y presa siempre de temor, odio y oscuridad. En varias ocasiones la escena se viste solo de luz y sombra, dando la firme sensación que estamos dentro de la mente y el alma de Rigoletto. Acertada forma de enfocar desde su interior y con sentido teatral una obra que no requiere en absoluto el estar ambientada en la época original para volcar en nosotros toda su carga de trágica y potente emoción.

Estética refrendada totalmente por el vestuario y la escenografía de Kaspar Glarner, con guiños a un mundo de dandys decadentes, donde hay mucho brillo y glamour pero ya en estado, espiritual, de descomposición. Reservando al Bufón, una suerte de negro tunel que pareciera oprimir siempre su camino.

Igual cosa la iluminación de Ricardo Castro, más bien oblicua, con acentos de color pero sin evidenciar «belleza» donde no la hay, aún al interior del Palacio Ducal, en eterna orgiástica fiesta, grafica la sensación de decadencia que busca la regie. Y para Rigoletto y su mundo, sombras y más sombras sólo aminoradas por una luz que con tenues acentos reafirma un mundo de tinieblas.

Propuesta de moderna y vital teatralidad que encontró amplio eco en un conjunto que jugó su parte con enorme calidad musical y escénica.

A la cabeza del elenco internacional se puso el tenor chino Yijie Shi, como un Duque de Mantua seductor y arrogante, dueño de un timbre brillante y unos notables agudos, Shi perfiló un villano atrevido, que se movió con enorme seguridad y aplomo en cada escena. 

Por su parte el barítono rumano Sebastián Catana encarnó un Bufón dolorido y trágico, un ser atormentado que lucha de principio a fin contra su aciago destino, signado por la maldición que le lanza Monterone. Catana se apoya en un timbre de barítono neto y en un generoso volumen que, gracias a su resonancia, impone el rol en gran forma.

Gilda es la encarnación de la ingenuidad y la inocencia. Una joven que recién despierta a la vida, ahogada por la sobreprotección de su padre (Rigoletto). La soprano española Sabina Puértolas llena el papel con mucha propiedad, sorteando con éxito todas las exigencias vocales, que son varias (buen centro, agudos claros, facilidad para los pianissimos, amén de un fiato y legato seguros y firmes, y por cierto, una buena agilidad). A la vez que resulta escenicamente muy convincente en cada situación por lo que atraviesa el personaje. 

Sparafucile se impuso con fuerza gracias al bajo Alexey Tikhomirov; siniestro, frío y con unos graves emergidos de los abismos de su maldad y frialdad asesina.

Al igual que la Magdalena de Judith Kutasi, una voz de robusto timbre que evidencia potencia y amplitud de sobra para ese rol. Breve pero intenso.

Mismo caso de Claudia Lepe, la contralto chilena a cargo de Giovanna, habil y dedicada guardiana de Gilda. Lepe se impone con recursos de sobra para el rol, lo que se agradece ya que otorga buena uniformidad, en cuanto a calidad, a todo el elenco.

Punto altísimo de la versión el Conde Monterone del bajo-baritono Ricardo Seguel, ya nos acostumbró hace tiempo a su enorme caudal y fuerza interpretativa, aquí al servicio del noble que maldice al Bufón, signando de tragedia su destino.

Figura clave de la corrupta corte del Duque es Marullo, rol que en manos del baritono Javier Weibel, brilló con intensidad en sus intervenciones. Talento musical, seguridad y excelentes dotes actorales, aseguran siempre un buen resultado cuando el personaje recae en este intérprete.

Y completan con holgada solvencia el elenco Claudio Cerda como Borsa, Rodrigo Navarrete como el Conde Ceprano, Pamela Flores como la Condesa Ceprano (de sobrada capacidad y experiencia para este rol), Carolina Grammelstorff como el Paje y Francisco Salgado como el Ujier (que en este caso cambió su oficio).

Excelente labor del Coro, que aquí es pieza fundamental. Lograda tarea como los cortesanos siempre de juerga, e inquietante presencia tras la escena, en el último acto, como un viento que sopla, siniestro, presagiando la tragedia que se avecina.

La dirección orquestal del maestro Máx Valdés sirve, literalmente, la partitura. Es un conductor apegado a la regla y en este caso actúa como el vehículo que nos transporta a Verdi. En sus palabras «Rigoletto es una obra perfecta, no sobra nada, no falta nada. Todo lo que Verdi escribió en esta ópera es necesario para la definición de sus contenidos…». Por cierto que una labor totalmente reflejada en lo que toca a la Orquesta Filarmónica, agrupación que ya se maneja bien en los códigos de Valdés. 

En lo concerniente al elenco estelar brilló de forma notoria el barítono argentino Fabián Veloz. Ya anteriormente se impuso en este escenario como un enérgico Yago (Otello) y ahora lo hace con un Rigoletto pletórico de fuerza, dolor, rabia y amor filial. Veloz es un animal de teatro y vuelca sin avaricia todo su potencial musical y escénico. Su timbre de barítono en estado puro, con un centro poderoso y un considerable volumen, configuró un Bufón ácido, amargado, violento, dolorido, y en el fondo estremecido de humanidad. Sin duda uno de los mejores trabajos que hemos visto en las últimas temporadas. 

Juan Pablo Dupré es un tenor de gran proyección y con un material en evolución. En su Duque de Mantua hace gala de un generoso volumen y buena presencia escénica, aunque en este caso, de irregular desarrollo, no siempre se entendió bien con la orquesta y por momentos el personaje se diluía. Aspectos, en todo caso, perfectibles a medida que avanzan las funciones. 

La trasandina Jaquelina Livieri perfiló con seguridad su Gilda, básicamente inocente y juvenil. Saca adelante un papel de enorme exigencia técnica, aunque le pasa la cuenta un peso vocal que le resta agilidad por momentos. 

Oscuro y siniestro el Sparafucile del bajo Marcelo Otegui, apuntó medio a medio, con buena presencia, voz y carácter, a esta encarnación fría y despiadada de un asesino a sueldo.

Brilló la Magdalena de la contralto chilena Francisca Muñoz. Un timbre oscuro y de generoso volumen, que aquí revistió de fría y calculadora sensualidad, supo matizar su siniestra labor al evidenciar genuina piedad ante la posible muerte del Duque. De atractiva presencia, Muñoz calza a la perfección con lo que uno espera de ese rol. 

Faltó fuerza al Monterone del baritono Cristián Lorca, aunque fluye y se da a entender con claridad.

Bien el Marullo del baritono nacional Cristián Moya.

El tenor Rony Ancavil sacó adelante su Borsa de igual modo que el Conde de Ceprano del bajo Augusto de la Maza.

Un «Rigoletto» de saldo totalmente positivo, ocasión para disfrutar de excepcionales trabajos musicales y escénicos, por parte de algunos intérpretes, y una puesta en escena que refleja toda la esencia de la popular obra Verdiana en nuestro aquí y ahora.

La ópera no es una pieza de museo y este «Rigoletto» lo deja claro.

Funciones del 14 al 22 de julio.

Más información en  www.municipal.cl

Fotos: Patricio Melo

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