
Por José Luis Arredondo A.
Mozart entró a la vida de Tchaikovsky (1840 – 1893) cuando el compositor ruso tenía cinco años. Su padre llevó a casa un Orquestrión, especie de caja musical que podía tocar diversas melodías, entre las cuales estaban unas selecciones de la ópera «Don Giovanni», que llamaron profundamente la atención del niño.
De ahí en adelante el autor del ballet «El lago de los cisnes» fue un visitante asiduo de la obra mozartiana. La conoció en profundidad, la admiró y la estudió. También trabajó en ella, en algunos arreglos por encargo, al punto de llamar a Mozart con el tiempo «el Cristo musical». Tchaikovsky admiraba la gracia de sus melodías y esa capacidad increíble de pasar con extrema sutileza y expresividad, en su música, de la brillante alegría a la honda tristeza o melancolía casi como si fundiera ambas en un solo sentimiento, como si ya en una palpitara la otra.
De modo que era cosa de tiempo para que el compositor ruso madurara la idea de trabajar una obra propia sobre la base del estilo desarrollado por el músico salzburgués. Así surgió una suite sobre piezas de Mozart. Durante años, el músico ruso recopiló la obra de su músico preferido y probó ideas en el piano; finalmente en 1887 concluyó y estrenó su obra en cuatro movimientos, la Suite número 4 en sol mayor – Mozartiana. En esta pieza deslizó una pequeña danza compuesta por Mozart en 1789, así como el Ave Verum Corpus y una serie de variaciones mozartianas sobre un aria de la ópera «La recontre imprévue», de Gluck.
La obra no está, ni mucho menos, a la altura de las grandes composiciones de Tchaikovsky, pero cumple a cabalidad con el propósito de rendir un homenaje al genio austriaco. Es una especie de bosquejo mozartiano al que Tchaikovsky dotó de color y textura, trabajado sobre la base de una orquestación de finos detalles que crean una atmósfera muy propia de Tchaikovsky con la belleza de un Mozart latiendo de fondo.
Gran trabajo de la Orquesta Filarmónica a cargo del maestro Konstantin Chudovsky, en un estilo que se nota de lejos, conoce y le acomoda.
El plato fuerte de esta velada en el Municipal de Santiago llegó en la segunda parte del programa. La ópera de cámara «Mozart y Salieri» de Nicolai Rimsky-Korsakov (1844-1908), es una pieza lírica de 45 minutos para barítono y tenor que se basa en la obra homónima de Alexander Pushkin (1799-1837) y que el compositor ruso estrenó en 1898.
La ópera narra un ficticio encuentro entre Mozart y Salieri en la casa de este último. El compositor italiano arde de celos y envidia ante el genio de Mozart y ha planificado envenenarlo, pues no resiste la idea de convivir en un mismo tiempo y lugar con un artista capaz de ensombrecer con su talento a todo aquel que se ponga a su lado.
‘Mozart y Salieri’ es una ópera apretada y de trágica densidad. Ambos personajes están dotados de un sentido trágico de sus existencias, Salieri por la envidia que lo corroe y Mozart por las dificultades de una vida llena de privaciones y problemas.
El mito de esta rivalidad entre los dos músicos se originó debido a un rumor de la época, en el que se atribuía la muerte de Mozart no a una enfermedad sino al envenenamiento del que había sido autor Salieri. El mismo argumento inspiró, en el siglo XX, la obra teatral «Amadeus», del dramaturgo Peter Shaffer, que el cineasta Milos Forman llevó al cine y fue premiado con el Oscar a Mejor Película en 1984.
Rimsky-Korsakov trabaja una atmósfera musical densa y trágica. Una sensación de amargura impregna el ambiente y el soterrado y angustiado conflicto de Salieri se traduce en los acordes primordiales de la obra. El italiano es la voz principal y su oscuridad de propósitos inunda el tejido musical.
En el Municipal, bajo la batuta de su compatriota Chudovsky, el tenor ruso Igor Morozov presentó un Mozart acabado y desencantado, con algunas luces de ese espíritu alegre que hacía gala, pero finalmente amargado y entregado a un destino que ya no le depara nada bueno. Gran labor del cantante que llena vocalmente este carácter de manera expresiva y clara. su Mozart sufre y tiene sólo chispazos de socarrona alegría. Morozov transmite la angustia y desazón de manera contundente y da muy bien con la fragilidad del músico en esta etapa terminal de su vida.
El barítono ruso Pavel Chervinsky, de voz sonora, es un Salieri amargado, trágico y siniestro, un ser corroído por la envidia y los celos profesionales. Chervinsky resulta cien por ciento convincente gracias a su timbre oscuro (de bajo – barítono en rigor) y agresiva expresividad. Su entrega fue enérgica y dio el perfil exacto del rol, junto con crear el ambiente de tensión en el que se desenvuelve la obra.
Municipal de Santiago. Funciones realizadas los días martes 28 y miércoles 29 de marzo de 2017.
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