
por María Fernanda García, desde Madrid.
La zarzuela es un arte lírico y escénico netamente español, en que las obras presentan partes musicales, cantadas y recitativas, y que nace durante el Siglo de Oro español, siendo sus primeros promotores los dramaturgos Lope de Vega y Calderón de la Barca.
En Hispanoamérica fue muy fuerte su presencia y producción, sobre todo en los siglos XIX y XX. Si bien su representación Chile se ha perdido, y son muy pocas las ocasiones en que podemos ver o escuchar zarzuela en vivo, ésta mantiene un público -adulto mayor en su mayoría- muy entusiasta y que aún recuerda sus canciones y obras más populares.
En Madrid existe el Teatro de la Zarzuela desde 1856, construido justamente como recinto exclusivo para su interpretación, y que permite desde entonces el pleno desarrollo de este arte escénico.
Al entrar al Teatro de la Zarzuela, impresiona asistir a un teatro que tiene casi los mismos años de vida de nuestro Teatro Municipal de Santiago (inaugurado en 1857), y está destinado exclusivamente para la producción y difusión de la zarzuela.
Como punto aparte, y guardando las proporciones históricas y económicas, es inevitable comparar las políticas públicas destinadas a la conservación patrimonial, la sólida infraestructura cultural, y el apoyo del Estado español a la producción desde distintas instituciones estatales, pese a la crisis y los recortes presupuestarios. Así como tener un sistema de salud y educación pública sólido, da gusto comprobar cómo los distintos y heterogéneos espacios culturales han crecido con fuerza en España en los últimos años.
«La Villana», basada en la obra de teatro ‘Peribáñez y el Comendador de Ocaña’, de Lope de Vega, no es parte del repertorio que solía llegar al Nuevo Mundo. Su música, compuesta por el célebre Amadeo Vives en 1927, es más densa, sin la frescura ni las melodías populares o ‘pegajosas’ que ostentan otras conocidas zarzuelas. La obra expone personajes más bien planos, como son el labrador Peribáñez y su prometida y luego esposa Casilda, y el antagonista Comendador de Ocaña, quien está obsesionado hasta la muerte por el amor de Casilda, que no lo corresponde.
Es relevante señalar que, en esta obra, el término “villana” se refiere a labradores, o gente de la villa, del campo, y no un personaje malvado, como se entiende su significado hoy.
Más allá del texto y la dramaturgia que hoy pueden resultar algo sosos, la puesta en escena es simple y elegante, y cumple apoyando la escena de una manera sobria y luminosa.
El elenco cuenta con un buen trío de voces líricas en sus roles principales, aunque más se destaca Rubén Amoretti, el cantante que interpreta el doble rol de Mercader Judío y luego del Rey que perdona la vida de Peribáñez, por haber asesinado al Comendador (luego de que éste intentase violar a Casilda). La verdad es que tanto los protagonistas, como los secundarios, los bailarines y actores, cumplen bien sus roles, y conforman una compañía sólida y profesional.
Sin duda los pasajes más bellos son los corales, a cargo de Coro titular del Teatro de la Zarzuela. Resulta sobrecogedor escuchar la magnificencia de la música de Vives, que en esta obra tiene más ribetes de ópera que de la propia zarzuela.
La crítica especializada ha sido dispar y muy exigente con ¨La Villana¨. Más allá de los diversos puntos de vista, vale muchísimo vivir la experiencia de disfrutar una zarzuela en vivo, en un hermosísimo teatro destinado especialmente a esos fines, y que nos hace disfrutar de obras que alguna vez nos tararearon nuestras madres o abuelas.
Madrid. Función del 2 de Febrero de 2017. Teatro de La Zarzuela. La villana (Amadeo Vives). Nicola Beller-Carbone (Casilda), Angel Ódena (Períbáñez), Jorge de León (Don Fadrique, Comendador de Ocaña), Rubén Amoretti (David/El Rey), Milagros Martín (Juana Antonia), Ricardo Muñiz (Miguel Ángel), Sandra Ferrández (Blasa), Román Fernández-Cañadas (Un Licenciado). Coro titular del Teatro de la Zarzuela. Orquesta de la Comunidad de Madrid (titular del Teatro de la Zarzuela). Dirección Musical: Miguel Ángel Gómez Martínez. Dirección de escena: Natalia Menéndez sobre una escenografía de Nicolás Boni.
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