Por Jose Luis Arredondo A.
Se cuenta que en el siglo XV vivió en Alemania un tal Johann Faust, que se dedicaba a la astrología, la química y probablemente la alquimia (el sueño de fabricar oro). Con semejante currículum no es extraño que en ésa época se despertaran las más delirantes sospechas sobre sus actividades, y se tejieran en torno a su figura toda clase de mitos. Así, aún en vida el tal Faust era ya carne de leyenda.
A su muerte, pasó lo que tenía que pasar. Apareció un texto anónimo de nombre «La historia de Johann Faust», en donde el personaje es elevado a la categoría de un doctor y mago que pacta con el diablo y vende su alma a cambio de goce y sabiduría. Y es el genio del poeta alemán Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832) el que logra sintetizar el personaje y proyectarlo hasta sus últimas consecuencias, en una obra que le demandó gran parte de su vida y que dibujó la más profunda encarnación del ser humano siempre insatisfecho en su ansia de absoluto y conocimiento.
En 1846, en París, el compositor francés Hector Berlioz (1803-1869), se basó en la obra de Goethe para crear ‘La condenación de Fausto’, con libreto de Almire Gandonniere. En esta obra musical, Berlioz instala -a mi parecer- la primera mirada profundamente contemporánea sobre éste personaje.
El Fausto de Berlioz ya no busca respuesta a cuestiones filosóficas, científicas o metafísicas, sino que es un Fausto (así, sin el «Doctor») angustiado por el hastío la amargura y el aburrimiento, un hombre que no tiene, o ha perdido, la capacidad de gozo natural y la alegría de compartir en comunidad. Es un tipo amargado, que al no poder disfrutar de la vida, opta por el suicidio como solución a su desinterés en todo lo que lo rodea. Berlioz despoja a su antihéroe de toda consideración que pueda llevarnos a elucubrar sobre sus motivaciones; no le atribuye oficio, actividad u ocupación, y lo lanza a escena sólo premunido de su desazón. Este Fausto viene revestido de pesimismo e infelicidad y de antemano(desde el título de la obra) lo condena.
A éste Fausto no le interesa mayormente el amor, sino más bien el sexo como liberación, no se hace preguntas existenciales ni se angustia por el saber, no es tan complejo en su sicología como el de Goethe, pero es más actual por sus conflictos y el vacío espiritual que refleja.
En la contraparte está Mefistófeles, encarnación del mal que tienta a Fausto ofreciéndole la salida a su hastío, y entre ambos, Margarita, el alma pura que es llevada como hoja por el viento de los acontecimientos. Señalada como la culpable de la muerte de su madre al suministrarle un sedante noche a noche para poder estar a solas con Fausto en su habitación, Margarita es condenada y ajusticiada, y su alma se salva gracias a que Fausto se va al infierno a cambio de la salvación del alma de la joven.
En lo musical Berlioz se tomó notables libertades. Estamos aquí frente a una sinfonía para voces, también a un oratorio que podría ser cantata a la vez, dada la enorme preponderancia del coro. Y también estamos ante una ópera porque tiene personajes y peripecias bien definidas, a pesar de su escasa acción dramática. Lo cierto es es que «La condenación…» es todo lo anterior en general y ninguna en particular.
Creo que el gran aporte, en este caso, es que el compositor de «Los Troyanos» expande los límites del género y suelta un poco el corsé del estilo, aparte de lograr una pieza de profunda originalidad y modernidad en su enfoque del personaje.
La presente versión, último título de la temporada de Ópera 2016 del Municipal de Santiago, hace justicia a la obra en sus aspectos musicales pero no logra hacerla despegar en todas sus dimensiones y posibilidades.
El mayor mérito de este montaje corre por cuenta de la dirección orquestal de Max Valdés. El maestro consigue entrar de lleno en esta forma de sinfonía-ópera-coral y logra un sonido de perfecto equilibrio entre lo sinfónico y dramático, sin restarse a la expresiva y oscura elegancia y tensión que caracteriza la obra en muchos pasajes.
El elenco internacional de cantantes luce dispar. El Fausto del tenor francés Luca Lombardo sale adelante en su faceta depresiva, pero su timbre, de textura más bien gastada, lo frena en matices. El Mefistófeles del bajo-barítono norteamericano Alfred Walker se alza a la cabeza del elenco, con un timbre oscuro y vibrante para dar cuenta de su esencia fría y demoníaca, junto a su seguridad escénica y el gran caudal y volumen.
La Margarita de la mezzo polaca Ewelina Rakoca-Larcher convence en su rol de una joven solitaria y desesperada, estática en su entrega y víctima de su suerte. Su timbre refleja la juventud del personaje y la emotividad de su carácter.
Excelente el Brander del bajo-barítono Sergio Gallardo, un rol muy breve en el que el intérprete chileno entra a fondo desde el primer segundo con total intensidad, seguridad y fuerza, gracias a su expresivo timbre e instinto dramático. Un Brander divertido pero siniestro, sacrílego beodo que incomoda a Fausto al festinar una misa en un bar lleno de ebrios, donde éste último ha llegado de la mano de Mefistófeles.
El coro sobrelleva con oficio el peso de su parte en la pieza, que es bastante, pero por momentos aplica demasiada fuerza y volumen hasta caer en la estridencia. Sin duda donde mejor se le ve es en los momentos líricos y emotivos.
Al debe casi en su totalidad, como lamentablemente sucede a menudo en el Municipal, está la puesta en escena. Ramón López optó por un espejo de fondo, en el que se proyectan imágenes de distintos espacios (un campo, el cosmos, el estudio de Fausto, la habitación de Margarita, el camino al infierno y otros), y reduciendo la acción física de los cantantes a su mínima expresión. Su dirección carece de agilidad, ritmo y matices. Justamente aquí, en una obra que tiende a lo estático, López descansa totalmente en los elementos plásticos (escenografía e iluminación), lo que claramente no es suficiente.
La coreografía a cargo de José Vidal refleja lo grotesco del periplo de Fausto, y resulta acertada en el dibujo escénico de la criaturas de pesadilla como en las reales, a pesar de cierta tendencia a «dibujar» la música constantemente en el espacio escénico.
El vestuario de Loreto Monsalve se mueve entre lo kitsch y lo farsesco, y hace que algunos personajes se vean disfrazados más que caracterizados.
Bien la iluminación (del mismo Ramón López), abordando la atmósfera depresiva y oscura de la lectura de Berlioz.
Sólido Elenco Estelar

El elenco Estelar, por su parte, entrega una versión más redonda, y compacta como conjunto, de este montaje.
El Fausto del tenor argentino Santiago Burgi, ya conocido del público del Municipal, está entre lo mejor de la pieza. Cantante poseedor de un timbre claro, levemente esmaltado y con una gran facilidad para pasearse cómodamente por todo el registro, Burgi luce dominio total de la zona media y agudos brillantes, muy expresivo, vital y con mucha prestancia escénica.
Lo mismo sucede con el bajo- barítono Homero Pérez-Miranda. Su Mefistófeles resulta siniestro y demoníaco, a lo que el cantante le añade un toque de inquietante y socarrón humor. Aquí este demonio no sólo se lleva al infierno a Fausto, sino que además pareciera burlarse de él constantemente, en una apuesta que enriquece el papel y lo dinamiza.
La mezzo Evelyn Ramírez presta su timbre oscuro y expresivo a una Margarita muy bien matizada. La inocente víctima de Fausto y Mefistófeles resulta, en sus manos, delicada y crepuscular. Hay en Evelyn un dominio total de la tesitura y de los requerimientos musicales y escénicos del papel, en un trabajo dúctil y una entrega que da cuenta de la nobleza del personaje.
El bajo-barítono Sergio Gallardo encarna eficazmente a Brander, al igual que en el elenco internacional.
Se trata, en definitiva, de un irregular fin de la temporada de Ópera del Municipal de Santiago, que permite -sin embargo- ver en vivo esta gran y actual revisión del mito fáustico, que no subía a escena en la principal sala chilena desde 1918.
Funciones hasta el 12 de noviembre, con dos elencos (Internacional y Estelar).
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