
por José Luis Arredondo
Con un «Don Giovanni» aterrizado en un siglo XXI violento, hedonista y pletórico de energía, dio inicio a su temporada lírica 2016 el Teatro Regional de Rancagua. Fue éste el punto culminante y final de un ciclo denominado «Mozart no está muerto», que durante casi todo el mes de marzo llevó parte de la extensa obra del genio Austriaco a un público que asistió con entusiasmo y en cantidad a cada una de las actividades.
Esta versión de la magistral obra mozartiana (presentada en su versión definitiva de Viena 1788) llenó todas las expectativas que uno se hace hoy en día al asistir a una función de la que está considerada «la ópera perfecta» por muchos especialistas y aficionados a la lírica.
Perfecta porque el libreto de Lorenzo Da Ponte (1749 – 1838), un judío converso, intelectual y libertino, que recaló en la carrera eclesiástica por decisión familiar, es de una calidad dramática que sólo alcanzaría la obra wagneriana décadas más adelante, y porque la partitura de Mozart (1756 – 1791) es ejemplo de una riqueza compositiva virtualmente no alcanzada hasta nuestros días (salvedad que reitero, hago con el genio alemán antes mencionado).
Tenemos así una obra que en su conjunto no exhibe fisura alguna y que en una jornada dividida en dos actos nos lleva a presenciar el auge y la caída de un personaje (Don Giovanni) atrapado en su propias redes de excesos y abusos de toda índole. Un «libertino» que es el vivo retrato de la decadencia a la que puede arrastrar una elevada posición social y un poder económico que pareciera ilimitado.
La presente versión, firmada por el destacado director escénico argentino Marcelo Lombardero, da cuenta a cabalidad de la resonancias que tiene en nuestro tiempo este cuadro de abuso y decadencia pintado por la genial dupla Mozart – Da Ponte. Apoyado en una estética de total modernidad (responsabilidad de Diego Siliano en el dispositivo escénico y escenografía virtual, Luciana Gutman en el vestuario y Horacio Efron en la iluminación) y apelando a excelentes recursos tecnológicos (pantallas LED para retratar los distintos ambientes y a la vez ser soporte visual interactivo con los personajes en varias escenas), Lombardero entrega una energética, lúcida y violenta lectura de la obra musical, de un ritmo frenético e imbuida de unos ambientes que, bajo la apariencia de fiesta permanente, esconden vicio y decadencia al por mayor. La versión ofrecida en Rancagua resulta tremendamente actual, cada escena está trabajada desde nuestro hoy más contingente y las resonancias de esta ópera mozartiana llegan a ser estremecedoras por su brutal vigencia.
El mérito de este logro de Lombardero es plenamente compartido por un elenco que entra a fondo en el juego teatral y sabe plasmar en escena con absoluta claridad las intenciones vanguardistas del montaje. Pocas veces hemos visto en nuestro país un conjunto de cantantes que logren un nivel actoral acorde a un altísimo estandar interpretativo e lo musical; aquí ya no sólo se trata de interpretar vocalmente el complejo entramado mozartiano, sino además de darle profunda verdad escénica a cada situación, y eso queda plenamente logrado.
El Don Giovanni que compone el barítono Patricio Sabaté luce la seguridad y empoderamiento del rol que ya le conocimos en sus interpretaciones del personaje en el Teatro Municipal. Aquí es un libertino sexualmente depredador y violento, un abusador que se se droga y bebe en exceso en busca de emociones fuertes y hacer caer en sus redes a cuanta mujer pueda «cazar». Don Giovanni se sirve de la complicidad de su sirviente Leporello, a quién mantiene bajo su poder proporcionándole buenas dosis de cocaína y dejando que él también sea parte de la permanente juerga sexual a la que se entrega noche y día.
El Leporello del barítono Ricardo Seguel es, lejos, uno de los mejores que se pueden encontrar hoy en día, y no sólo a nivel nacional. Su material vocal es de un enorme calidad, de ricos matices y gran volumen, y a la vez, Seguel consigue un alto nivel de desempeño actoral junto a una expertiz en el rol que logra un fiato escénico de enorme expresividad. Parecieran ser, en esta versión, el cara y sello de una misma moneda, oscura y decadente, cual signo de los tiempos.
La soprano Patricia Cifuentes entrega una Donna Anna atormentada y doliente, víctima, como su padre, el Comendador, de un Don Juan animal y despiadado. El dolor de una mujer abusada y la sed de venganza por la muerte de su progenitor quedaron plenamente expresadas vocalmente, sin por esto descuidar la linea de canto mozartiana, que siempre y en cualquier circunstancia hace prevalecer notas de arrebatada belleza melódica. Técnica y expresividad plenamente logradas en el dibujo de un rol emblemático en la galería de roles creados por Mozart.
De excelencia mayor es la Donna Elvira de Catalina Bertucci, otra víctima del burlador y que aquí evidencia estar, a pesar de todo, enamorada de su victimario. Bertucci regala verdad escénica y calidad vocal en un desempeño que se empina como uno de los mejores de la jornada. La soprano chilena radicada en Alemania denota un conocimiento cabal del estilo del compositor (brillante su interpretación de «Mi tradí, quell»alma ingrata»), que va a la par con un muy creíble desempeño actoral.
La Zerlina de Marcela González Janvier se puso a la altura de las mejores interpretaciones que hemos visto de este rol, una chica de pueblo que cae seducida por Don Giovanni y que es virtualmente secuestrada por éste el día de su boda. Aunque su inocencia y una buena cuota de picardía la hacen confiar en el libertino, finalmente se da cuenta que no es más que otra fémina en la larga lista de jóvenes abusadas por el antihéroe. Marcela González pintó una Zerlina de exquisita vulgaridad, una joven más bien atrevida y muy sexualizada; en esto la soprano se la juega totalmente en lo escénico, lo que le da relieve y carácter a un rol que muchas veces resulta plano y falto de matices.
En este sobresaliente elenco chileno, no se quedan atrás el Comendador del bajo barítono Sergio Gallardo ni el enérgico Masetto del barítono Javier Weibel, ni, por cierto, el Don Ottavio (prometido de Donna Anna) del tenor Exequiel Sánchez.
Brillante la dirección musical del trasandino Marcelo Birman, a cargo de conducir una excelente Orquesta Barroca Nuevo Mundo, con una lectura enérgica y de sonidos brillantes, frenética y totalmente afiatada al vértigo de la puesta escénica. Completa el cuadro un solvente coro dirigido por Paula Torres y el bajo continuo a cargo de Manuel de Olaso.
Fue esta una gran jornada lírica, con tres funciones de un «Don Giovanni» sacudido de esa estética decimonónica con que se ha montado tantas veces y que a estas alturas ya no resiste mucho más. Esta versión privilegia una lectura hiper contemporánea del mito Donjuanesco y evidencia la enorme actualidad de la obra del genio austriaco. Se tarta de una puesta que resulta enormemente atractiva no sólo para los operáticos más abiertos a nuevas formas de encarar estas obras sino también para quienes se inician, o quieren iniciarse en este maravilloso arte de teatro musical y las puestas tradicionales les resultan lejanas y ajenas a nuestro hoy plagado de tecnología y frenesí.
Bien por el Teatro Regional de Rancagua, que con apuestas como esta se coloca a la vanguardia de los teatros de ópera en nuestro pais. Puestas en escena de esta calidad revitalizan escénica y musicalmente el arte lírico y le dan nuevos aires que evidencian, con hechos, que la ópera no es una pieza de museo sino un arte de enorme actualidad y vigencia cuando se la mira desde nuestro presente.
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