por José Luis Arredondo.
Drosselmeyer, señor de los sueños navideños, viaja desde el mundo de la fantasía a visitar a su familia para Navidad. Su mayor tesoro es una misteriosa caja que guarda un vistoso cascanueces, el que será un regalo para Clara y que constituirá la puerta de entrada a una maravillosa historia.
Al comienzo Drosselmayer causa temor en la concurrencia, pero cuando se despoja de su capa todos reconocen al tío que, según siempre se ha comentado, es un mago. Uno que esa noche hará viajar a los niños de la familia (Clara y Fritz) a una tierra de fantasía, color, música y sueños en compañía del Cascanueces, que en algún momento cobrará vida y se convertirá en un gallardo príncipe.
Así parte «Cascanueces», uno de los más bellos y afamados ballets con música de Peter I. Tchaikovsky y que desde su estreno en diciembre de 1892 ha cautivado a audiencias de todas edades cada fin de año, cuando según la tradición, cientos de salas lo programan a lo ancho del planeta. Pero qué hace que esta obra hoy siga convocando tanto interés y agotando cada función?
Sin duda influye en tal éxito la profunda conexión que su historia y su música logran con nuestros recuerdos de infancia, con los mejores y más felices recuerdos de la niñez, esos que nos llevan a navidades en familia rodeados de amor, regalos, dulces y amigos. Esas Nochebuenas en que se bailaba, conversaba y jugaba sin celulares ni aparatos tecnológicos y en las que un juguete de madera o un libro de cuentos bellamente ilustrado tenía el poder de transportarnos a universos hermosamente irreales y deseados.
Con una partitura musical que resulta a ratos festiva, a ratos melancólica e incluso desgarradora, ‘Cascanueces’ es un viaje, una aventura en las tierras del «había una vez…», y una de esas obras que nos liberan por un instante de toda atadura a lo real, que crecen ante nuestros ojos y nos hacen admirarlas en su afán de conectarnos con nuestra dimensión más espiritual. Y qué más espiritual que los sueños de infancia, sobre todo si están impregnados del espíritu navideño.
Todo esto se halla muy patente en la versión que estos días presenta el Teatro Municipal de Santiago. El teatro repleto de niños y adultos disfruta de la música y el baile y en el intermedio el público desborda el foyer para fotografiarse junto a algunos personajes de la obra. Se respira un ambiente de alegría, todo como si estuviéramos en una sala de juegos en donde la diversión manda. El Rey Ratón y los suyos son, como siempre la atracción principal. La fantasía y el sueño ya no están sólo en el escenario, el cuento rompa los límites de la escena y por unos minutos se vive la fantasía como si fuera la realidad.
Sin duda, para muchos niños es una experiencia que no olvidarán. «Amarás la belleza, que es la sombra de Dios sobre el universo», nos dice Gabriela Mistral.
Obras como esta logran eso.
‘Cascanueces’ en el Teatro Municipal de Santiago. Coreografía de Jaime Pinto. Escenografía y vestuario de Pablo Nuñez. Iluminación de Ricardo Castro. Solistas y cuerpo de baile del Ballet de Santiago y de la Escuela de Ballet del Teatro Municipal junto a la Orquesta Filarmónica de Santiago, todos bajo la conducción de José Luis Domínguez. Funciones hasta el 30 de diciembre de 2015.
Estoy en desacuerdo, esta versión de Cascanueces presentada está bastante deslavada, es sólo para impresionar a los chicos. No corresponde al relato romántico presentado por Tchaikovsky entre Clara y el Principe. Si desean hacer una versión infantil para eso está el Pequeño Municipal, no donde uno espera ver algo más clásico.