Por José Luis Arredondo A.
Definitivamente Santiago ya no es Chile; al menos ya no en la ópera. Este 2015 ha sido el año de las regiones en lo que a eventos líricos se refiere, y todo hace prever que el 2016 esta oferta artística viene recargado.
El año operático partió con el pie derecho en marzo en Rancagua con una excelente versión de ‘El Barbero de Sevilla’, de Rossini, y finaliza de la mejor forma con una excelente versión de otro título emblemático: ‘La Traviata’, de Verdi, en Talca.
No han sido ajenos a esta ola creativa los teatros de Concepción y Temuco, que han exhibido sendas versiones de ‘La flauta mágica’, de Mozart, y ‘Madama Butterfly’, de Puccini, presentadas con gran éxito de público y critica, respectivamente.
Muchas eran las expectativas que presentaba ‘La Traviata’, una de las óperas más populares y representadas de todos los tiempos, y el resultado no pudo ser más auspicioso en la presente versión que debutó la noche del miércoles 2 de diciembre (en calidad de preestreno) en el Teatro Regional del Maule, ante una sala repleta que ovacionó a los interpretes al término de la función.
Esta bien cuidada producción talquina implica un desafío de marca mayor para un elenco encabezado por tres jóvenes, aunque ya en vías de consagración, figuras de la lírica chilena.
El debut de la soprano Paulina González en el rol de la sufrida heroína verdiana supone un desafío de marca mayor, del que la joven intérprete salió airosa y triunfante. Paulina demostró ser una lírico-spinto de pura cepa con una Violetta que, si bien lució en el inicio un tanto contenida y nerviosa, ganó rápidamente seguridad y aplomo, hasta dibujar el rol en toda su extensa dimensión trágica.
Sin duda que la principal fortaleza vocal de la soprano chilena es la zona media y los pianissimos, y en ese segmento lució su gran potencial, entregando sin mezquindad toda la enorme emotividad del personaje. Dueña de una técnica en permanente evolución, Paulina González supo encarnar a Violetta en todos sus matices, desde las coloraturas iniciales, que obligan a trabajar una expresiva agilidad, hasta el dramático declamado de la «lectura de la carta» en el último acto. Es un debut por lo alto, en un rol que puede transformarse, con el tiempo, en emblemático dentro de su carrera.
El Alfredo Germont que compone el tenor Sergio Járlaz es de los mejores que me ha tocado presenciar en los últimos tiempos. Járlaz entrega un enamorado apasionado y casi heroico, extravertido y sufriente, arrobado en su entrega, y muy expresivo en lo escénico y vocal. El joven tenor chileno posee un timbre sonoro y brillante, de agudos seguros y gran volumen, y todo esto lo puso al servicio de un Alfredo que por momentos recuerda los buenos tiempos de un Rolando Villazón; Járlaz maneja bien el ímpetu y con eso logra dar en escena una precisa cuota de fragilidad e ingenuidad, que humaniza el rol.

Otro cantante que supo humanizar en gran forma su personaje fue el barítono Javier Weibel, que ha sido «su» año lírico por la cantidad, calidad y variedad de roles que ha encarnado en escenarios de Santiago y regiones. Weibel es un Giorgio Germont (padre de Alfredo), vigoroso y decidido, fuerte y templado, pero consciente de que la decisión que pide a Violetta (abandonar a Alfredo) es una acto que le acarrea a él una buena cuota de sufrimiento también.
Weibel luce también un destacable dominio de la expresividad escénica y vocal. Resulta convincente en la construcción de su rol, y lo lleva más allá del mero retrato de un padre castigador y al final arrepentido del daño causado a la joven pareja.
Completan el elenco un muy solvente Ramiro Maturana como el Barón Duphont, la Annina de Grete Bussenius y la Flora de Fanny Becerra. Esto sumado a la destacable labor del Coro Vox Lumini, que cumplió a cabalidad con su cometido.
La dirección orquestal del maestro Francisco Retigg fue brillante. Las cuerdas, vientos y percusión de la Orquesta Clásica del Maule transmitieron toda la emotividad, tristeza y profundo sentido trágico de la partitura verdiana. Rettig dirige con enorme acierto los tiempos e intensidades que resultan ser una bandeja de plata para el mejor lucimiento de los cantantes. De su experimentada batuta, emerge un Verdi doliente, de un lirismo lacerante y una honda y sufriente expresividad.
La dirección escénica de Rodrigo Navarrete ambienta, de manera realista y lo mejor posible, los ambientes parisinos y campestres de la historia. Es un trabajo formal que cumple con lo básico para que, en escena, la peripecia fluya clara y sin tropiezos.
Es, en suma, un excelente fin de la temporada lírica 2015 a cargo de un Teatro Regional que se quiere poner a la altura de los desafíos de un país que debe, ya, descentralizar su actividad cultural con espectáculos de alta calidad.
Esta Traviata suma de la mejor forma a ese propósito.
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