Por José Luis Arredondo A.
La mejor forma de aquilatar la vigencia de un clásico es ver qué tan fuerte y vigente resuena en nuestro presente. Las grandes obras artísticas cruzan sin problemas las barreras del tiempo porque saben llegar a lo profundo del eterno humano para enseñarnos que en lo hondo de nuestro espíritu somos lo que fuimos, más allá del tiempo, del idioma o del lugar de origen.
Es esto, entre otras cosas, lo que hace de la ópera «Macbeth» del compositor italiano Giuseppe Verdi (estrenada en 1847 y revisada y ampliada en 1865, que es la actual versión) un clásico de la lírica como lo es del teatro la obra homónima de Shakespeare en la cual está basada. Como todo clásico, no importa en qué tiempo y lugar se sitúe su acción, siempre llega hasta nosotros como uno de los más lúcidos discursos artísticos sobre la corrupción moral, espiritual y económica que puede acarrear el poder total en manos de un potencial dictador (manipulado abiertamente por su mujer como en este caso).
Es esto lo que entendió a cabalidad el director sudafricano Brett Bailey cuando ambientó su extraordinaria versión del «Macbeth» verdiano en el corazón mismo de Africa (República del Congo). Bailey logró que la tragedia musical se hiciera carne viva en la historia reciente de esa azotado país y sus habitantes, que han sido presa permanente de regímenes dictatoriales que la han vaciado de sus recursos más valiosos. Apoyado en la potente partitura de Verdi, Bailey infiltra la ‘ópera escocesa’ para que la obra artística y la realidad congolesa se fundan en una sola y devastadora historia, plena de dolorosa vigencia.
Valor primordial de esta propuesta es que la obra verdiana no sufre ninguna mella en sus características esenciales. Por el contrario, vemos potenciado su discurso con una fuerza que la instala en la contingencia misma del siglo XXI. En la puesta en escena de Bailey, un grupo de refugiados congoleses se encuentra con un camión lleno de partituras, vestuario y discos del ‘Macbeth’ de Verdi; estos elementos catalizan en ellos su realidad presente y los llevan a re-interpretar la obra para hacerla suya de forma integral. Aquí las brujas ya no son brujas sino hombres de negocios, depredadores de las transnacionales que han vaciado Africa de sus riquezas.
Por su parte, el matrimonio Macbeth es una pareja de caudillos brutales y enceguecidos por la ambición de riqueza y poder que desangran la nación en pos de sus bajos objetivos. Esto potencia al máximo la lectura más politica de la ópera, lo que la enriquece y actualiza en sus multiples implicancias, más allá del puro valor estético de ella.
La partitura está magistralmente intervenida por ritmos propios del continente negro y el conjunto de cantantes-actores logra un nivel interpretativo de máxima calidad. Son 10 interpretes de voces portentosas, entre coro y solistas (la compañía Third Word Bunfight) y 12 músicos venidos desde el Teatro Colón de Buenos Aires, quienes, de la mano de Bailey, instalan una original, conmovedora y fascinante lectura de este obra, y dejan señalado un posible camino para encantar a las nuevas generaciones con el arte operístico, ya que con este montaje queda de plano descartado que la ópera sea un lenguaje estancado en el tiempo y de escasa resonancia en nuestro presente más inmediato. Cuando se la sabe interpretar con un acertado y arriesgado punto de vista, como sucede aquí, la ópera puede resultar de una pasmosa actualidad, sea su origen de la época que sea.
Esta gran visita artística fue posible gracias a la Fundación Teatro a Mil, que la hizo llegar desde el Festival Internacional de Teatro de Buenos Aires (Fiba) al escenario del Teatro Municipal de Las Condes, y que debiera quedar anotada, por la fuerza y originalidad de su propuesta, entre lo más destacado de este año artístico 2015.
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