Opera ‘Gianni Schicchi’ en Las Condes: La genial comedia negra de Puccini 


Por Alejandra Pinto L.  @alepin2112

Giacomo Puccini es uno de esos personajes de los que una se enamora de una vez. Sus obras están llenas de una fuerza extraña, que expresa cariño y pasión, pero también nos aterra.

Es uno de mis compositores favoritos, siempre estoy en búsqueda de su trabajo y por lo mismo, cuando supe que se montaría una producción de ‘Gianni Schicchi’, su única comedia, en el Teatro Municipal de Las Condes, no dudé y decidí ir a verla.

Había en esta ópera un par de cosas nuevas para mí.

Mi experiencia con las óperas de Puccini pasaba por sus obras más reconocidas, partiendo por ‘Tosca’ y siguiendo con ‘La Boheme’, ‘Turandot’ y ‘Madama Butterfly’, que vimos este año en el Municipal de Santiago y que antes, también había sido exhibida en Las Condes.

Para decirlo en forma más directa: Nunca había visto una ópera de Puccini donde alguien no muriera asesinado o suicidado. ‘Gianni Schicchi’, sin embargo, se aleja de la tónica trágica de las anteriores.

Esta es una ópera con tono de comedia negra y la predisposición con que acudimos, como público, es que nos vamos a reir.

Pero ¿Es posible reírse con la historia de una familia miserable y ambiciosa, y un hombre que los engaña en provecho propio? Veamos.

‘Gianni Schicchi’, estrenada en 1918 en Nueva York, fue concebida la última parte de un tríptico lírico, junto con las óperas ‘Il Tabarro’ y ‘Suor Angélica’.

En un principio, Puccini sólo permitía la exhibición de estas tres óperas juntas, y así se presentaban en escena, pero con el tiempo dejaron de hacerle caso (mi mente afiebrada se imagina al querido Giaccomo indignado desde algún lugar) y por eso, ahora podemos disfrutar de ellas por separado.

Como las otras partes del Tríptico, ‘Gianni Schicchi’ es corta, dura sólo una hora, y aunque podemos no estar conscientes completamente de ello, se siente de alguna forma como parte de algo más grande.

Además, este ‘Gianni’ bribón resulta muy contingente. Las obsesiones de la humanidad no han cambiado tanto en este tiempo.

La producción del Teatro Municipal de Las Condes parece entender esto, y si bien la apuesta no es audaz, tiene algunos elementos que hay que considerar.

La acción de este puesta dirigida por Miryam Singer ocurre en Florencia, en la habitación de Buoso Donati, un viejo avaro y enfermo, cuya parentela se encuentra esperando su muerte.

El viejo es muy adinerado, por lo que todos suponen que tendrán mención en su testamento.

Lo que no saben es que Buoso, sin comulgar con su familia, le ha dejado toda su fortuna a los monjes. ¡Oh, desilusión! ¿Cómo se solucionará esto?

Obvio, harán trampa y para eso convocarán al más picaro y mejor imitador de la comarca, Gianni Schicchi.

El problema es que este bribón puede ser también muy traicionero y jugar muchas malas pasadas.

Los desconsolados parientes del difunto Buoso superan la docena y aquí está la primera falencia de este montaje: Un eterno ingreso de personajes al escenario antes de la obertura, un prólogo que tiene la única finalidad de situar a los cantantes en escena pero que no “explica” a cada uno. Los personajes se van descubriendo en el camino, pero ese ingreso, de a uno por uno y sin emitir ningún sonido, genera algo de incomodidad.

Conforme comienza la música, los cantantes van presentando sus credenciales.

El primero que impresiona es el tenor Sergio Jarlaz (en la foto, vestido de chaqueta clara y abrazado a la soprano Constanza Domínguez).

Los que tengan memoria televisiva lo recordarán como el ganador de un programa de talentos en TVN. Pues bien, Jarlaz está cantando muy bien, combinando su canto con una muy buena actuación en el papel de Rinuccio, una especie de “jovencito de la película” que está enamorado de Lauretta, la hija de Gianni Schicchi, aquí interpretada por la soprano Virginia Barros.

Ella es la responsable de cantar el aria más famosa de esta ópera, “O mío Babbino Caro”, pieza a la que la cantante imprime una dulzura casi adolescente.

Mención aparte se lleva el barítono Patricio Sabaté en su rol de Gianni Schicchi, quien siguiendo la línea de sus actuaciones anteriores, realiza un gran despliegue de voz y actuación. Está claro: Sabaté es un talento mayor.

El resto del elenco, todos chilenos, no posee grandes notas individuales, pero a la hora de actuar juntos, salen airosos del desafío.

Este grupo de parientes farsescos, dispuestos a cualquier cosa por el dinero, terminan siendo un conglomerado de personajes nefastos que se encuentran bien caracterizados.

Difícil no reírse con ellos y con la seguidilla de desastres que se les vendrán encima cuando se les ocurre convocar a Schicchi.

Hasta hace unos años, poder asistir a óperas en vivo fuera del Municipal de Santiago era algo inusual, raro.

El hecho de que otros teatros chilenos se atrevan a realizar estos montajes habla también de un proceso en que se derriba el prejuicio de que la ópera es aburrida o sólo para la élite. Estas iniciativas se aplauden y esperamos que se repitan en todas partes de nuestro país.

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