Ópera ‘Platée’, una maravilla en Rancagua

Opera 'Platée', de Rameau
por Alejandra Pinto

“Ópera barroca cómica» indicaba el cartel para invitarnos a la segunda obra lírica de la temporada en el teatro de Rancagua. En marzo vimos una muy entretenida ‘Barbero de Sevilla’, y con la confianza de esa producción, fui a ver esta segunda.

Nunca había escuchado hablar de ‘Platée’ (Rameau), pero no pueden mirarme feo por ello. Esta es una obra que ha salido muy poco hacia otros continentes. De hecho, ese fue el salto de este teatro: esta ópera nunca había sido presentada en Sudamérica, y la apuesta era en grande, con una coproducción chileno argentina y músicos especialistas en barroco, con instrumentos de época y respeto por el asunto. Todo apuntaba a que sería una maravilla, y por supuesto, lo fue.

La cosa parte así: Están un día los dioses en un carrete (acá es una sala de ensayo) y deciden escribir una obra para la burla de todos. Como reírse de los hombres es una lata (los seres humanos somos materia de broma permanente), deciden contar una historia para mofarse de los dioses.

Cuentan, entonces la historia de Platée, una ninfa particularmente fea, inconsciente de aquello y por lo tanto, libre en sus actos que cae presa de una muy mala broma del dios Júpiter, quien quiere hacer entender a su esposa Juno que él le es fiel y le será fiel por siempre. Irracional y poco sensible con los sentimientos de los demás, como todo buen dios que de precia de tal, hace creer a Platée que se casará con ella.

Platée cree, porque como no le vamos a creer al dios Júpiter, pero cuando descubre la broma, se desata el caos. Claro que no alcanzamos a darnos cuenta de eso, porque la obra termina exactamente antes de que Platée cumpla con su promesa de venganza. Eso da lugar para versiones sobre la historia. Mi hermana, por ejemplo, quedó triste pensando en la burla. Yo quiero pensar que a la ninfa le dará un día de furia y acabará con todos los dioses.

Sin haber visto la obra antes (hace unos días la escuché, pero no sabia como se vería) me entregué a la experiencia como tabla rasa, y siento que cumplió con todo lo que prometía. La puesta en escena es directa, glamorosa, pero también ácida y de repente, incómoda, para no callarse con nada y obligar a digerirla lento. Ocupa los elementos de la obra para criticar nuestra sociedad, el manejo de los medios de comunicación, lo banal, la farándula, la discriminación. Y es curioso, porque la música barroca conversa y transita con esos elementos, sin que se provoquen encontrones. Todo fluye con naturalidad, aunque la música sea del 1700 y la estética planteada sea muy actual.

Tengo que hacer mención aparte por la presencia de mi dream team chileno en pleno: Patricia Cifuentes, Evelyn Ramírez, Alexis Sánchez (si señores, tenemos un tenor de lujo que también se llama así) y Patricio Sabaté, a quienes cada vez que escucho, me hacen sentir que somos muy afortunados de tenerlos aquí, y poder verlos en vivo. Es un lujo contar con gente tan talentosa, a quienes podemos escuchar con regularidad.

Se agradece esta experiencia, y también agradezco que el teatro de Rancagua esté lanzándose con estas producciones, contribuyendo a la promoción de este arte. Siento que la única forma de gustar de la ópera es escuchándola, y en este caso, con obras en provincia y precios súper accesibles, se puede lograr aquello.
Atentos para la próxima, que se viene L’Orfeo (Monteverdi) para abril de 2016. Y promete.

La fotos es de Alejandro Heid, quien con mucha amabilidad me permitió su uso.

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