
Fotografía de Romina Ortega.
Por José Luis Arredondo
En lo que constituye un estreno absoluto en Sudamérica, el Teatro Municipal inicia su temporada de Opera 2015 con un título emblemático de la producción lírica del siglo XX. Se trata de «Rusalka» (1901), la pieza lírica más importante y conocida del compositor checo Antonin Leopold Dvorak (1841-1904). Resulta primordial para nuestra cartelera cultural que la principal sala de ópera en Chile se preocupe cada temporada de ofrecer un título relevante de este género que no haya sido presentado en vivo antes en el país.
La historia de «Rusalka» sintetiza gran parte de la fantasía, las leyendas y los misterios que tan queridos le fueron al Romanticismo, en los que bosques, lagos, castillos, príncipes y seres sobrenaturales pueblan un mundo idealizado pero también oscuro, donde el amor, eje primordial de toda gran historia romántica, es al mismo tiempo éxtasis y agonía, los eternos Eros y Tánatos de la Grecia antigua en fatal abrazo.
Dentro de este imaginario fantástico, las ninfas, ondinas y sirenas ocupan un lugar de privilegio. Espíritus acuáticos, bellos y salvajes que añoran un amor terrenal que finalmente será la perdición para ellas y el hombre deseado. Pocos plasmaron en literatura una historia tan arraigada en estos mitos como Hans Christian Andersen y su «La Sirenita» para hablarnos de estos amores tan imposibles como fatales.
Justamente, el relato del inmortal escritor danés sirvió de inspiración a Jaroslav Kvapil (periodista, poeta y dramaturgo checo) para elaborar el libreto de «Rusalka», texto que también recoge elementos de «Undine» del alemán Friederich de la Motte Fouqué. Dvorak se sintió atraído de inmediato por el texto de Kvapil y en menos de un año ya «Rusalka» estaba terminada como obra musical.
Dvorak, como buen hijo de su tiempo, acusa en su partitura las grandes influencias musicales del siglo XIX (obviando a Beethoven); Wagner y también Mahler se filtran en la partitura de «Rusalka», sobre todo en la orquestación y en el tratamiento de la melodía. Es un continuo discurrir musical en que asoman motivos conductores (leit motiv), cromatismos y descripciones de la naturaleza del paisaje y los personajes, que dibujan un ambiente sonoro de enorme expresividad, en los que la influencia del folklore checo se deja sentir en muchos pasajes.
En los aspectos estrictamente musicales, la presente versión del Teatro Municipal hace cabal justicia a la obra. El cuarteto de cantantes protagonistas logra un nivel de excelencia en su cometido y es difícil hacer resaltar a uno por sobre otro. La soprano rusa Dina Kuznetzova (Rusalka), el tenor eslovaco Peter Berger (El Príncipe), la soprano letona Natalia Kreslina (La Princesa Extranjera) y la mezzosoprano rusa Elena Manistina (La Hechizera) se convierten en los pilares (junto a la orquesta) que sostienen toda esta representación de ‘Rusalka’. Es un conjunto de voces de primer nivel en cuanto a colores, timbres y volúmenes que hacen vibrar con la trágica historia de la Ondina condenada a la soledad eterna por un desgraciado amor.
En un punto altísimo también se coloca el bajo ruso Mischa Schelomianski como el padre de «Rusalka» (Vodnik, espíritu de las aguas), verdadero eje conductor de la trama. En roles secundarios no se quedan atrás Pamela Flores, Gloria Rojas y Andrea Aguilar (hermanas de Rusalka), Javier Weibel (Guardabosques, que en este caso es cocinero), Cecilia Pastawsky (aprendiz de cocina) y Ramiro Maturana como el cazador.
La orquesta a cargo del maestro Konstantin Chudovsky brilla con enorme intensidad, vientos, cuerdas y sobre todo percusión, para transmitir toda la carga emocional de esta gran partitura. La suya es una entrega brillante y energética que hace resonar cada escena, desde los acordes más luminosos a los más sombríos. Esta es, de lejos, una de las mejores conducciones operísticas que le hemos escuchado a este joven director ruso.
La puesta en escena del argentino Marcelo Lombardero y su equipo (Luciana Gutman en vestuario, Diego Siliano en escenografía y proyecciones, José Luis Fiorrucio en iluminación e Ignacio González en coreografía) posee una visualidad muy atractiva. Sin embargo, resulta excesiva por la literalidad y un tanto pesada por la profusión de elementos visuales puestos en escena.
En esta producción, el sobrenatural y etéreo mundo de Rusalka se puebla de un exceso de imágenes que nos llevaron por los distintos escenarios de forma demasiado concreta y acotado a un periodo histórico super determinado, aquí hizo falta el «menos es más» y deja en esta oportunidad la labor de Lombardero, a mi juicio, por debajo de otros trabajos suyos en este teatro.
En resumen una «Rusalka» de excelencia en lo musical y un tanto al debe en lo teatral, un esperado estreno continental que el público agradeció con cerrada ovación en las dos funciones que me tocó presenciar.
«Rusalka» de Antonin Dvorak en el Teatro Municipal de Santiago. Funciones entre el 8 y el 18 de mayo 2015.
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