‘Jobs’: Sobra negocio, falta personaje

 
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Por José Luis Arredondo
 

Steve Jobs (1955-2011) fue un vidente y un alucinado, una de esas personas «tocadas» con el don de poder vislumbrar, en este caso la computación, todas las posibilidades que un invento encierra; que logran ver más allá de lo inmediato el potencial absoluto que este invento pueda traer consigo.

 
 De alguna forma, es como si la mente fuera capaz de viajar en el tiempo y vislumbrar el futuro con la pura intuición, algo que los inventores, los genios, los videntes y los alucinados hacen, con más o menos fortuna, para que la rueda del progreso no se detenga y el ser humano se rodee de artefactos, máquinas e instrumentos que le hagan la vida más cómoda, funcional y placentera.
 
Y Steve Jobs fue uno de los grandes videntes de nuestro tiempo, por lo que el intento de retratar su vida se topa con la dificultad de toda «biopic»; esto es, sintetizar en un filme una vida compleja, llena de matices y contradicciones. En este como en tantos casos, las luces importan tanto como las sombras y las pequeñeces no desmerecen ante las grandezas, ya que se trata de seres que se sumergen en zonas que para el común de los mortales están más allá de sus límites perceptivos.

Menuda tarea la que asumen el guionista Matt Whiteley y el director Joshua Michael Stern y de la cual no salen del todo bien parados, ya que el personaje no logra imponerse en toda su dimensión y nos queda la sensación de que Steve Jobs era bastante más que «Jobs» y su criatura, el gigante computacional Apple.

La pelìcula parte con Steve Jobs (Aston Kutcher) presentando su última creación, el iPad, el año 2001, en una reunión de su personal creativo en un auditorio de «Apple». De ahí retrocedemos a su juventud, alrededor de 1974, cuando, virtualmente afiebrado, construye en su mente el desarrollo de la computación a nivel casero, una obsesión con trazas místicas que implica poner al alcance del hombre medio un producto tecnológico que revolucionará la humanidad.

El problema es que la película desvía demasiado su atención del personaje y descuida su complejidad para concentrase demasiado en la evolución de Apple y el largo camino a travès del cual el negocio casero del joven Jobs en la casa de sus padres se convirtió en el representante más icónico del mundo de las computadoras, por sobre IBM y Microsoft.

Una empresa de este tamaño deja muchos cadáveres en su closet antes de convertirse en lo que es hoy, y el filme da cuenta más de éste aspecto que de la personalidad de su creador, por lo que, finalmente, el guión impone más la visión de la obra que de la vida de Jobs, y hay muchos aspectos del protagonista que no alcanzan el debido desarrollo.

Es como si el discurso de la pelìcula fuera que Jobs -hijo dilecto del siglo XX y su impronta tecnologizada- no era mucho más que Apple, o que su creación terminó (casi) por devorarlo, como un Frankenstein tecnológico que se vuelve inmanejable y monstruoso a medida que crece. Al fondo de todo esto se vislumbra difusa la figura de un Steve Jobs interpretado de manera correcta, y no mucho más, por Ashton Kutcher, y rodeado por un sistema planetario de personajes secundarios que entran y salen de su vida en la medida que forman o dejan de formar parte de su empresa. 

JOBS, de Joshua Michael Stern, con guión de Matt Whiteley, protagonizada por Ashton Kutcher, Dermot Mulroney y Matthew Modine, entre otros.
Desde el 5 de diciembre en cines chilenos.

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